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El río pasa, pero Trujillo no caerá

Marzo de 1824: en la cuadra cuatro de lo que es hoy la calle San Martín de Trujillo, un hombre observa desde una ventana.

Se llama Simón Bolívar.

Los españoles han reconquistado Lima, pero a este hombre le basta con saber que Trujillo fue la cuna y es fiel a la causa de la libertad.

En esta casona trujillana, comienza a nacer la República. El Libertador instalará en ella su cuartel general. Desde allí, convierte a Trujillo en la capital del país, instala las primeras instituciones democráticas, funda la Corte Suprema y establece la primera universidad republicana del Nuevo Mundo.

Bolívar sueña tal vez allí con esa comunidad de países y de utopías que debe ser algún día nuestra América. Sin embargo, no tiene el más mínimo presentimiento de que esa calle se convertirá casi dos siglos más tarde en un río de olas negras que transportará piedras, viviendas y cadáveres.

6 de noviembre de 1922: esa misma casa signada con el número 422, es el estudio y la residencia del abogado Andrés Ciudad. A las seis de la mañana, llegó a ella un caballero vestido de negro llamado César Vallejo. Ese día, la soberbia puerta barroca permaneció cerrada hasta las 6 de la tarde en que, sin tocar los aldabones, nueve gendarmes comenzaron a dar golpes de comba sobre la colosal madera hasta que la derrumbaron, e irrumpieron a balazos mientras preguntaban: ¿Dónde está Vallejo?

Lo hicieron extender los brazos, le colocaron esposas, se pusieron detrás de él y lo obligaron a caminar en dirección de la cárcel. Parte de ese camino es el que sigue en marzo del 2017 un río negro que parece surgido del infierno.

En la misma calle y dando esquina con Gamarra, comienza el edificio del seminario de San Carlos y San Marcelo, que fue fundado en 1625 y es el colegio más antiguo de América.

En 1851, corren por esta misma calle centenares de esclavos que se han rebelado y exigen su libertad. Al año siguiente, en la iglesia de Santa Rosa, donde termina la calle San Martín, el hacendado Alfonso González Pinillos otorga la libertad a todos sus esclavos domésticos y de hacienda. De esta manera, Trujillo se adelanta a la abolición decretada por Castilla en 1854 y a la promulgada por Lincoln en los Estados Unidos en 1863.

En la puerta de una casa situada en la cuadra siete, el pintor Mariano Alcántara y el novelista Ciro Alegría me contaron una vez la forma en que salvaron su vida en la Navidad trágica de 1931. Esa noche, con el ánimo de intimidación, una patrulla del ejército de la dictadura ingresó en el local aprista y ametralló a celebrantes, en su mayoría madres y niños. Ciro y Mariano se encontraban allí, pero relatar esa historia será materia de otro correo de Salem.

Enfrente de Mariano Alcántara, viví yo durante toda mi educación universitaria. Era una casa centenaria que heredara de mi padre. Allí, en el siglo anterior, se habían reunido los poetas Eduardo González Alvarado, mi abuelo, Raúl Edmundo Haya y Cárdenas, padre de Víctor Raúl Haya de la Torre y Celso Santelices Márquez para planear la fundación de la revista "Primavera"-publicada a partir de 1880-que daría origen al primer grupo literario de Trujillo.

En julio de 1932, avanzaron por todo lo largo de la calle San Martín varios camiones militares cargados con los luchadores apristas vencidos. Los soldados a pie daban gritos feroces celebrando su triunfo luego de una batalla en la que las fuerzas congregadas del ejército se tardaron una semana para rendir a la ciudad insurrecta. Por su parte, aunque sabían que iban a ser fusilados, los combatientes rendidos iban cantando la marsellesa.

Estamos en marzo del 2017 y aún no se cumple el sueño unionista de Bolívar. En la sierra, el Rosendo Maqui de Ciro Alegría no es todavía un hombre feliz. Por su parte, los fusilados heroicos de 1932, son negados cada día por un líder felón y corrupto, y por último, si los huaicos continúan cayendo, la calle entera se derrumbará. ¿Pero, caerá Trujillo?

En este artículo, me he limitado a recordar desde una sola de sus calles, a esta ciudad que fue la primera en proclamar la independencia del Perú. Por en medio de esa calle, corre ahora un río tormentoso que podría deshacer sus paredes. Sin embargo, los sueños y las utopías no caen, y por lo tanto, Trujillo, ciudad de utopías y sueños, no caerá jamás.

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