Vuelvo de un viaje a Angers, una de las ciudades con mejor calidad de vida de Francia. El motivo ha sido un congreso en la Universidad cuyo eje temático giraba en torno a los países francófonos. Allí nos hemos reunido un grupo de profesores de universidades de diferentes países. Nuestro nexo común, enseñar el francés en la Universidad como primer o segundo idioma. Éramos un grupo de mujeres y hombres procedentes de lugares como La Reunión, Polonia, Belgrado, Argelia, Túnez, Djibouti, El Cairo, Líbano? hablando de las connotaciones, de los matices que tiene el francés, lengua de comunicación, en mayor o menor grado, en esos territorios; allí hemos hablado de las complejidades que conlleva la utilización de una lengua como vehículo de expresión y comunicación. No es lo mismo, por ejemplo, el uso del francés en Argelia, para una persona de lengua materna amazigh o beréber, que de lengua materna árabe; no es lo mismo para un estudiante de origen humilde o de un entorno familiar privilegiado. Cualquier aseveración genérica resultará a priori errónea, podrá ser refutada por otro hablante de área geográfica o condición diferente. Llego a un encuentro impregnada de mi realidad local

-mi país, las universidades?- y a medida que me voy integrando en el grupo vía el lazo común de la lengua francesa, me doy cuenta de que las realidades son mucho más parecidas, que compartimos visiones parecidas de los mundos a los que pertenecemos.

Me comenta una colega egipcia que allí no hay confrontación entre el francés y el árabe como en Argelia, que el francés, el inglés y el árabe se complementan de manera relativamente armónica. Le contesto que existen dos tipos de personas: quienes convierten las diferencias en un problema insuperable y quienes las conciben como un enriquecimiento, como una apertura hacia el Otro. Coincido en el hotel con un matrimonio libanés encantador. Ella embarazada de su tercer hijo, ambos profesores de una universidad pública en Beirut. Ella me cuenta que imparte clases en inglés, francés y árabe a diferentes grupos pero que, a veces, para ahorrar, los fusionan maquillándolo bajo la beneficiosa diversidad cultural. El resultado es que tiene una presentación en inglés, otra en francés y otra en árabe; algunas veces usa la presentación inglesa con sus estudiantes francófonos aunque la explicación la hace en francés. En el Líbano, como en cualquier parte del mundo, resulta difícil aseverar qué lugar ocupa el francés como idioma extranjero. Allí, el francés es el primer idioma extranjero aunque penetra con fuerza el inglés, especialmente entre la juventud. Son tantos los factores que actúan en el mayor o menor reconocimiento de una lengua, lo emocional, lo cultural, lo económico, la moda? La lengua alberga y materializa el complejo mundo de las emociones y los deseos y aspiraciones que el ser humano transporta con ellas.

De todas las conversaciones sobresale una preocupación común, y es que la identidad en España, en el Líbano, en Argelia o en Francia es una cuestión clave. La colega de Belgrado bromea diciendo que, sin salir de su calle, ha cambiado tres veces de país. Le asusta la ideología neofascista creciente. En Hungría, existe un grupo del ejército cuyo cometido es perseguir a los refugiados. Y es que la crisis de los refugiados está cambiando Europa y modificando la percepción del mundo. Me atrevería a decir que habrá un antes y un después de esta crisis. A mi llegada a París, me cruzo con dos chicos pidiendo con un cartel: «Somos refugiados sirios». Ha nacido una nueva categoría de mendigos. ¿Qué ocurrirá cuando esa amplia población -es una población joven con muchos hijos- hacinada durante años en campos de refugiados se haya desarrollado con ese sentimiento de exclusión, bajo esa condición de «exiliados» del planeta? ¿Nos imaginamos los sentimientos y las emociones que pueden suscitarse?

El colega libanés dice que su país ha acogido a muchos refugiados pero que ello ha tenido un efecto en el sistema educativo. Muchas familias han decidido sacar a sus hijos de la escuela pública para llevarlos a un centro privado. Las maestras se dedican a los recién llegados, muchos no han pisado en su vida una escuela y ello ha bajado el nivel del resto. La educación es para los padres y madres una inversión de futuro; invierten en el capital humano, me replica. Esto ha acentuado la brecha en el sistema educativo libanés: la enseñanza pública, la privada para la clase media, y la privada para una élite social. Hasta el sentimiento que se tiene respecto del primer y segundo idioma cambia si se trata de la enseñanza pública, en barrios marginales por ejemplo, o de la privada. Su intervención en el congreso cuenta la curiosa experiencia que se ha dado con el francés como idioma extranjero en colegios de barrios desfavorecidos.

Todo este cóctel de intercambios lingüísticos y culturales tiene como telón de fondo el escenario de las elecciones presidenciales en Francia. Macron es el único que tiene posibilidades de tumbar a Marine Le Pen y entre mis colegas, Marine es el caos.

De regreso, una chica de la organización me conduce a la estación. Es mulata, pelo muy rizado, y es profesora de francés lengua extranjera en Angers para adultos inmigrantes. Desde el Ministerio del Interior, este mismo año le han «fijado» unos contenidos a impartir, desde el nivel inicial, en sus clases de FLE (Francés lengua Extranjera). Se trata de incluir valores republicanos en las clases y no existe material editado al respecto. Resulta difícil. La miro y le comento que cuando yo iba a la escuela en Francia recitaba «Nos ancêtres les Gaulois», cuando mis ancestros serían los árabes. No pasó nada. Crecí y viví sin odio. Nos miramos y sonreímos. Sus estudiantes son eritreos, sudaneses,? y me pregunto ¿cómo enseñar francés con tal imposición sin hacer apología de la República? Su gesto delata que se trata de contenidos que, a veces, están más cerca de la asimilación que de la integración. Con el cambio de gobierno que se avecina, estos contenidos pueden incluso modificarse.

Desde Orly, esperando mi regreso a «lo local» donde me esperan conflictos cercanos a los mencionados, pienso en los desafíos que nos acechan. El alcance de nuestras decisiones no siempre es controlable y al mismo tiempo, qué difícil se plantea la toma de decisiones sin margen de error. Estamos ante un mapa de conflictos como decía el profesor Jarauta hace unos días; aquellos que se derivan de las reivindicaciones de las identidades políticas. Minimizarlas o ignorarlas es un error. Urge pensar y construir el mundo con ellas. De lo contrario, me temo que el precio lo pagarán las generaciones futuras. Pensar lo local requiere mirarse al espejo pero esa mirada quedará distorsionada e incompleta mientras no incluya al Otro.