Hace poco que la luz de la mañana ha estrenado el día, y aunque el relente del amanecer llega hasta los huesos, no es eso lo que le ha sobresaltado en su improvisada cama de mantas, cartones y bolsas, sino escuchar su nombre. Tiempo atrás, cuando las cosas le empezaron a ir mal y acabó en la calle, decidió dejar de utilizar su nombre, Pedro, como si así pudiera borrar su antigua vida para pasar a llamarse «barbas», un apelativo mucho más acorde con su nueva apariencia física ya que en contadas ocasiones podía asearse y afeitarse, por lo que su larga barba canosa le distinguía del resto de compañeros de la calle. Por ello, escuchar esa mañana con voz firme el nombre de Pedro le hizo recordar que tenía un nombre, una vida y hasta un pasado feliz, con mujer, trabajo e hijos, a los que la perra vida apartó de su lado.

Pedro, es decir «el barbas», era una persona normal, hasta rutinaria. Entró bien pronto a trabajar en una carpintería en Madrid donde aprendió el oficio, convirtiéndose enseguida en un buen especialista. La seguridad de tener un trabajo estable con un buen sueldo llevó a Pedro a casarse con Puri, su novia de siempre, y pronto llegaron dos hijas con apenas dos años de diferencia. La casa, el coche, las vacaciones en Torrevieja y los partidos en el Calderón los domingos formaban parte de una vida que parecía estable, hasta que todo empezó a torcerse. Primero fue el golpe de una viga de madera en el taller que le rompió la mano, teniendo que coger por primera vez en su vida una baja laboral de varios meses, regresando al trabajo con fuertes dolores en la mano que nunca le han desaparecido, junto a dificultades para desarrollar la pericia que tenía. De manera que su jefe estaba cada vez más contrariado al no poderle encargar las mismas tareas que antes, y en cuanto llegó la crisis y los pedidos descendieron en picado, la empresa se deshizo de él por cuatro perras, aprovechando una de las dolorosas reformas laborales aprobadas. A su edad y en medio de una crisis devastadora que había llenado las plazas de su barrio de gente parada, Pedro comenzó a beber para poder soportar los días vacíos, pero su afición a la bebida pronto rompió su matrimonio, empezando a deambular por las calles, los comedores sociales y los albergues. Hace meses que unos compañeros le dijeron que en Alicante el tiempo es más generoso y la presencia de turistas durante todo el año aumenta las posibilidades de conseguir algunas monedas, por lo que ahora «el barbas» es uno de los transeúntes que deambulan y duermen en las calles de nuestra ciudad.

Su dormitorio está en uno de los cajeros de la avenida de la Estación, un espacio que comparte con otro amigo de andanzas, «el rubio», que ha tenido una suerte parecida a la suya. Se conocieron hace meses en la estación de autobuses y desde entonces no se separan, porque la soledad es muy mala cuando la calle es tu hogar. Al amanecer, antes de que abran el banco, «el barbas» y «el rubio» recogen mantas y bolsas y se dirigen a los servicios de la estación de tren, donde improvisan un rápido aseo para después tomar algo caliente a modo de desayuno. Unos días piden en la calle, por Alfonso el Sabio o Maisonnave si no hay mucha competencia, y si se da bien compran algo para comer e incluso para repartir con otros compañeros de calle. A veces, cuando recogen más monedas de las habituales, alquilan una habitación doble en una pensión de la calle San Fernando para poder ducharse y dormir en una cama, aunque solo sea durante una noche, porque por muchas mantas y cartones que pongan en el suelo del cajero donde duermen, su dureza y el frío no ayudan precisamente a descansar. Por eso, a veces recurren a un poco de vino, creyendo que les anestesia los huesos.

Algunos días, «el barbas» y «el rubio» hacen la ruta de los contenedores, rebuscando objetos que puedan vender, sin dejar de sorprenderse de lo que llega a tirar la gente cuando vive cómodamente. Y con frecuencia se juntan con otros amigos de calle y de infortunios, como si trataran de ser una gran familia. Antes iban al parque que hay junto al MARQ y el Perpetuo Socorro, pero ahora el Ayuntamiento lo ha llenado de contenedores para reciclar materia orgánica, cargándose la pequeña zona de esparcimiento, como si quisiera dejar claro que ellos también son la basura de la sociedad.

Es difícil entender que un gobierno municipal que dice preocuparse por la emergencia social vea con pasividad a tanta gente durmiendo en calles, plazas y cajeros de Alicante, mientras por el contrario, no para de promover medidas de protección para perros, gatos e incluso erizos. Hemos avanzado en la necesaria protección a los animales, sin preocuparnos por el hecho de que en nuestras calles hay personas malviviendo, olvidadas, sufriendo el desprecio de la sociedad, abandonadas, durmiendo entre cartones.

@carlosgomezgil