Cuando cumplí 18 años me hice donante de sangre. Las molestias que acarrea la donación son ínfimas y contribuye a salvar vidas. Hace 15 años me hice donante de médula ósea. La leucemia que sufría un familiar fue el motivo, aunque mi médula no resultó compatible. Mi familiar falleció. Hace unos 10 años recibí una carta informándome que era compatible como donante para un paciente de leucemia. No me sometí a la donación. Tuve miedo. La donación requería anestesia. Valoré más mi situación vital que la vida de una persona desconocida ¿Y si me pasaba algo? ¿Y si se presentaban complicaciones? Tenía un niño pequeño ¿qué pasaría si no salía bien? No dejo de pensar en esa carta, en esa persona desconocida que tenía posibilidades de salvar su vida si yo hubiese donado. Pero es lo que hice ¿Y si recibiese otra carta similar? Pues les confieso que no sé qué decisión tomaría, aunque mi inclinación es por el sí. Estas donaciones no tienen ninguna compensación económica. Aunque la tuvieran, eso para nada hubiera afectado a mi decisión porque tengo una posición económica suficiente para cubrir todas mis necesidades e incluso algún capricho ¿y si no fuera así? ¿y si me hiciera falta ese dinero?

El primer domingo de febrero publiqué en esta columna que cuando mi mejor amiga, enferma de cáncer, me planteó si estaría dispuesta a gestar y parir un hijo suyo, le dije que sí sin pensarlo ni un minuto ¿Por qué le dije que sí? Porque a una amiga íntima no quieres verla sufrir. Porque tanto ella como yo sabíamos que ese contrato, admitido en otros países, es en España nulo de pleno derecho. Porque, creo, fue una prueba de nuestro amor que sabíamos que no pasaría de lo simbólico. Si hubiera sido legal ¿Me lo habría planteado? ¿Le hubiera contestado yo tan rotundamente en sentido afirmativo? ¿De verdad me hubiera sometido a la preparación previa de mi útero y vivido un embarazo y un parto, con todo lo que ello conlleva? No, no lo hubiera hecho. Porque no era su vida la que estaba en juego. Sólo un deseo, el de tener un hijo. Y en ello no te va la vida. Si eso me lo planteo con mi querida amiga del alma a la que el cáncer se llevó ¿Qué sería respecto de alguien a quien no conozco? ¿Cuántas mujeres estarían realmente dispuestas a gestar y parir para otras y otros de forma verdaderamente altruista, sin eso que eufemísticamente llaman «compensación» en lugar de pago? En ningún país donde es legal la «gestación por sustitución» es verdaderamente altruista ¿Hasta dónde puede llegar el altruismo, esa diligencia en procurar el bien ajeno aún a costa del propio? ¿De qué tipo de bien ajeno hablamos? ¿De salvar una vida o colmar una ilusión?