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El amor brujo

Otra vez ha vuelto a pasar. Bajo el Barranc del Cint, la batuta de los vencejos hilvanan mimbres en los pentagramas, tiempo en suspensión, aire de almendro volteando las esquinas y un teatro hasta los topes. Hay algo de resurrección en todo esto, algo de reconquista. Alcoy es pueblo que se reconquista todos los días a sí mismo. Alcoy es una batuta, un tubo de óleo, una sanguina. Alcoy es un actor, un escritor, un director de algo, un ensayista, un historiador, un ángel fieramente estético. Alcoy es un teatro hasta los topes, una sala de exposiciones al aire libre con su muchedumbre de artistas frisando las esquinas de los lunes, acariciando el vértigo de la monotonía, quitándole hierro al sarro de las semanas.

El domingo pasado estuve con mi mujer en El Calderón que junto con El Principal nos retratan cada dos por tres, nos hablan de nuestros intereses, nuestras inquietudes, de esa parte indefinible de un pueblo culto que se acerca mucho a la hipersensibilidad. El teatro, digo, estaba lleno a rebosar. Se homenajeaba a Víctor Ullate por su setenta aniversario y por las tres décadas que lleva dándole forma al aire con su ballet. En el escenario, una versión libre de «El amor brujo» de Falla. Fuego y lluvia. A Falla se lo llevaba el humo de un fuego de venas, tendones, músculos y nervios. Un nutrido grupo de bailarines le daban movimiento a la vida y a la muerte. Una puesta en escena que, en ocasiones, rozaba lo mágico, donde los protagonistas aparecían y desaparecían engullidos por una nada fantasmagórica. Una sinfonía existencialista donde el paso de la vida a la muerte a penas si se percibe. La compañía traía a su propio iluminador. Los efectos lumínicos eran de una calidad impresionante. En cualquier punto del escenario podía caer el fogonazo, romper la penumbra y convertir la escena en un cuadro barroco congelado. Brutal la fuerza estética de las imágenes. Un ambiente denso, casi onírico que se venía arriba a medida que pasaba el tiempo. De pronto, pájaros amenazantes, criaturas de ultratumba llenaban el escenario y sacaban el ritmo a la tragedia. Sombras, vértigo y movimiento. Luz, vuelo y terciopelo. Un espectáculo dignísimo, brillante y memorable.

Tengo que agradecer, nobleza obliga, a la Asociación Amigos de la Música de Alcoy, responsable absoluta de que, cada dos por tres, tengamos espectáculos como éste, a la altura de una gran ciudad. Gracias a Miguel y a Alfonso y a todos los que hacen posible que este pueblo grande, esta ciudad pequeña demuestre con su presencia arrolladora que está a la altura de las circunstancias. Vuelvo a insistir y no creo pecar de excesivamente halagador, porque digo lo que siento y los que me conocen lo saben, que Alcoy lo merece, que responde, que se nutre de joyas como estas y que desde que llegué aquí, va para veinte años, enseguida me di cuenta lo que se cocía en esta olla, en esta pasmosa corte de los milagros.

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