a publicación de varias conversaciones de Juan Carlos I grabadas hace más de veinticinco años en un medio de comunicación digital se enmarcan dentro de las luchas internas que por aquel entonces había en el llamado CESID (actual CNI) y que terminaron con su desmantelamiento y reestructuración legal. Dejando a un lado el aspecto personal de las conversaciones llama la atención la facilidad con que estas grabaciones fueron realizadas así como el escaso control que hubo sobre las mismas. Las copias que durante años circularon por los mentideros de Madrid fueron perdiendo su importante trascendencia inicial hasta que han sido publicadas y por tanto objeto de debate público. Aunque el contenido de las mismas era ya de sobra conocido, es decir, las varias relaciones sentimentales y sus circunstancias que ha tenido el monarca emérito durante su reinado, han generado gran polémica por dos motivos distintos. Por un lado, por la importancia de conocer en qué momento fueron realizadas estas grabaciones y el motivo. Se abre con ello un abanico de variadas y posibles causas que van desde la intención de chantajear al Estado por parte de un grupo de funcionarios adscritos al CESID utilizando para ello al Rey con el fin de conseguir prebendas o beneficios de cualquier clase, hasta un deseo de controlar al anterior Rey en su animada -digámoslo así- vida privada. Por otro lado, queda por aclarar el motivo por el que durante no se sabe exactamente cuántos años el Estado pagó la vivienda donde Juan Carlos I celebraba encuentros con sus amistades ni la cantidad que tuvo que pagar el erario público por el alquiler y el sueldo de los funcionarios encargados de la vigilancia del monarca y acompañantes.

Dijo Anton Chejov que lo que hoy nos parece trascendental e importante algún día dejará de serlo. Las generaciones futuras nos olvidarán. No hay nada que hacer. Las conversaciones que hemos podido escuchar fueron en parte recuperadas y destruidas por la dirección del CESID, pero copias de las mismas circularon durante años sin que ningún medio de comunicación se atreviese a dar noticia de ellas. Sin embargo, al escucharlas hoy no nos merecen mucha atención. La protección que durante el mandato de Juan Carlos I se urdió alrededor de su figura le protegió en su momento y consiguió dar una sensación de estabilidad a la Corona -tapando actividades y negocios de la Familia Real que finalmente se han conocido gracias a los Papeles de Panamá y los Papeles de la Castellana- pero al mismo tiempo se fue creando una bola de nieve cuya consecuencia principal fueron los negocios de Iñaki Urdangarin y la esperpéntica y soberbia reacción de Cristina de Borbón.

Teniendo en cuenta el modo en que fue aprobada (si se me permite la expresión) la inclusión de la monarquía en el orden constitucional español tras el fin de la dictadura franquista, es decir, sin celebrarse un referéndum específico si no que al mismo tiempo que se preguntó a los españoles en 1978 sobre la ratificación de la Constitución se dio por supuesta la monarquía, sorprende el comportamiento que la Familia Real española ha tenido en los últimos treinta años. Ya me he referido en alguna ocasión en esta sección al hecho de que la práctica totalidad de sus miembros jamás ha tenido oficio conocido, dedicándose buena parte de ellos a la intermediación económica o inmobiliaria producto de las relaciones personales que han desarrollado gracias su cercanía a la Corona española; personas que estudian en universidades extranjeras, salvo alguna excepción, y hablan entre ellos en cualquier idioma menos el español como es el caso de Cristina de Borbón que habla con sus hijos en inglés. A ello hay que sumar los escándalos de orden económico conocidos en los últimos meses que sitúan a varios de los familiares del actual Rey Felipe VI como poseedores de dinero y bienes en paraísos fiscales con el único objetivo de no pagar impuestos a la Hacienda Pública. Muy patriotas para reivindicar la tauromaquia y poder ir con guardaespaldas pero los impuestos que los paguen los demás. La derecha española defiende a la monarquía con fruición, tratando de convencer a los españoles de sus bondades. Qué lástima que no utilice la misma vehemencia en convencer a los miembros de la Familia Real en pagar sus impuestos.

Todo ello hay que analizarlo dentro del creciente desprestigio en que la Corona española se halla sumida -a tenor de las encuestas- por meritos propios. Teniendo en cuenta la privilegiada vida que han tenido Juan Carlos I, sus hijos y sus familiares gracias a que todos los españoles hemos consentido que así sea, deberían haber tenido en su actividad pública y privada un comportamiento ético ejemplar. En vez de ello observamos en Elena y Cristina de Borbón un comportamiento de prima donna mientras caminan sonrientes ante las preguntas de la prensa por alguno de los varios escándalos en que están inmersas ellas mismas o sus familiares, como si estuviesen en un nivel superior al de los mortales, es decir, el resto de los españoles que tenemos que darles las gracias por existir.