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Ya llegó la primavera

Metáfora del cambio estacional: el invierno, lo viejo, no acaba de irse, ni lo nuevo de entrar

Comienzo a teclear estas líneas justo a la hora y minuto en que los científicos marcan el comienzo de la primavera. A mi derecha, la mar no se da por enterada, tampoco el cielo, gris y plomo puro. Por lo tanto, el cambio aún no ha llegado: el invierno sigue aquí, yéndose pero sin irse. La estación florida se resiste a tomar su lugar. Lo viejo, pues, no acaba de irse, ni lo nuevo de entrar. El sosiego en lucha con la sangre alterada. Las arrugas contra el acné juvenil. Gran metáfora tenemos con esto del cambio estacional.

Por todas partes oigo preguntarse qué querrán estos jóvenes y qué estos viejos, qué desastre la era de internet y qué viejuna la Transición, qué latazo lo analógico y qué parida lo digital. Leo: "Estamos ya en un período en donde no sabemos apenas de dónde venimos y que es literalmente imposible adivinar adónde vamos. Todo lo que parecía más inconmovible ha sido como desarraigado y colocado sobre la superficie de la tierra. Todo es fluido, plástico, casi diría gaseoso. No se puede sobre nada hincar el diente. Los pies no encuentran la solidez antigua del basalto y del granito.

El pasado está tan alejado -el inmediato pasado- que se ha convertido en una elegía. El futuro es tan incierto que no lo pueden concebir ni los poetas. ¿Dónde estamos? ¿Qué peso traemos de la vida pasada? ¿Dentro de qué moldes transcurrirán los años que nos quedan de vida?". Y sigo leyendo el mismo texto (que, advierto, no es de Zygmund Bauman, a pesar de su liquidez: la sorpresa de la autoría vendrá al final de esta columna): "Los contrastes han sido tan rápidos y bruscos que estamos como atontecidos. La vida tiene una velocidad pavorosa e inconsciente". Parece un lamento, pero solo es una constatación. Lo decía Chesterton: "Estoy dispuesto a aceptar que el mundo vive hoy una época de transición a base de que acordemos que esta época se inició en Adán y Eva". Y voy ahora con un gran pedazo de hermosísima cita del autor que medio me escribe el artículo de hoy: "El hombre ha vivido probablemente siempre en un período de transición. A veces, sin embargo, esta transición ha sido tan lenta que ha parecido, para los que la han vivido, como una transición imperceptible. La lentitud del cambio ha dado una apariencia de solidez granítica. En nuestro tiempo la velocidad del cambio ha sido tan acelerada que todo gira y se mueve a nuestro alrededor como si nos encontráramos sometidos a una acción de mareo. Por ello percibimos las sensaciones de la transición de una manera tan viva y casi dolorosa, desprovista totalmente de amenidad, violenta.

La impresión de inestabilidad de la vida actual proviene no del cambio mismo, sino de su brusquedad y sincopamiento. El orden natural de las cosas es su fugacidad y su incesante transformación. Todo pasa, todo se rompe, todo fatiga, dice un proverbio francés. Sí, pero ahora todo pasa, todo se rompe, todo fatiga con una velocidad de bólido, con una fugacidad impulsada por un viento huracanado e irascible". Y llega al final: "Esta velocidad da a algunas personas una embriagante sensación de vida. Sin embargo, la vida no es un problema de velocidad. Con velocidad o con lentitud llegaremos todos a la misma meta". O sea que muchos seguirán corriendo esta primavera para llegar tarde a ningún sitio, como siempre ha ocurrido a los precipitados y ansiosos y espiditados (con perdón). Y tanto es así que las citas que hoy le traje a usted, lector, no están escritas ahora mismo, aunque lo parezca. Son de 1945, cuando las preocupaciones ante un cambio y la perplejidad ante el mismo eran las que siempre han sido y seguro que serán. Son de un sabio malhumorado zumbón: se llamaba Josep Pla, que bajó a la tumba en estos días, pero hace ya 36 años.

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