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Joaquín Rábago

A la izquierda le falta un relato convincente

Aunque estemos en tiempos que muchos llaman "posmodernos", en los que se impone el escepticismo, la izquierda no debería tenerles miedo a los grandes relatos si pretende movilizar a un electorado cada vez más apático y desencantado.

Frente a las aguas heladas del cálculo egoísta, que dijo Marx, a la gente la mueven las emociones, como ha sabido entender mejor que nadie esa derecha populista y xenófoba que tanto nos preocupa.

Las emociones estuvieron detrás de la victoria del Brexit en el Reino Unido y explican el triunfo de un personaje tan poco apetitoso como Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses.

La izquierda europea, sobre todo la socialdemócrata, no parece en cambio capaz de ofrecer lo que hizo su atractivo en los años de posguerra: un programa político de profundas reformas sociales en el marco de un relato integrador.

Su éxito consistió entonces en que supo combinar la satisfacción económica individual con el bienestar general, lo que implicaba una profunda solidaridad social, hoy cada vez más ausente en todas partes.

Como señala el joven sociólogo alemán Steffen Vogel, para hacer frente a los nacionalismos, la izquierda ha de desarrollar su propio relato, y éste debe ser al mismo tiempo "europeísta, universalista y ecologista".

Y esto es algo que muchos no comprenden: piensan que ha pasado el tiempo de los grandes relatos, de las utopías, cuando sólo unos y otras son capaces de movilizar afectos y generar esperanzas de transformación social.

Lo vimos en Europa con las movilizaciones de la plaza cairota Tahrir, de la puerta del Sol madrileña, con el movimiento "Occupy Wall Street", nada de lo cual quiso o supo aprovechar la izquierda tradicional para construir a partir de ahí un nuevo discurso capaz de apasionar y cambiar las cosas.

Nadie supo plasmar mejor que el anciano Stéphane Hessel la indignación con el actual estado del mundo, dominado por la especulación y las finanzas. El llamamiento que hacía en su librito "Indignez-vous" (Indignaros) a no seguir tolerándolo explica el éxito inmediato que tuvo entre los jóvenes.

Hace hoy más falta que nunca un movimiento de solidaridad europea y eso es lo que parece lejos de conseguirse en una Europa dirigida por el tándem egoísta que forman la canciller Angela Merkel y su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble.

Nuestro viejo continente no logrará superar su profunda crisis si sus pueblos buscan la salida sólo en movimientos nacionalistas como los surgidos al calor de la demagogia de unos dirigentes que mienten sobre las causas reales de los problemas y ofrecen siempre falsas recetas.

La extrema derecha seguirá su camino ascendente si la izquierda, además de pelearse internamente, como es su costumbre, no consigue ofrecer un relato imaginativo y convincente, capaz de mover los afectos, de apasionar a los ciudadanos.

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