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José María Asencio

Valenciano y discriminación «positiva»

El valenciano en el sur es una forma de discriminación que comportará la sustitución de muchos de allí por otros de acullá. Una suerte de colonización encubierta

Detrás de cualquier imposición lingüística hay algo más que una simple opción ideológica. Cuando determinadas políticas se extienden de forma obligatoria, cabe pensar que algún motivo adicional puede existir en el establecimiento de reglas imperativas cuya plasmación no es gratuita y requiere de personas que dominen lo que se quiere establecer y muchos no poseen. Nada surge tan espontáneo en una sociedad como la actual en la que pocas cosas se hacen sin analizar los costes y los beneficios, aunque haya quien se presente en público como símbolo del altruismo y representante de ideales puros sin asomo de otra cosa que no sea mera liberalidad.

No son palabras ni ideas mías. Ya Gregorio Morán afirmó que la lengua, si no es estofada, constituye siempre un negocio garantizado. Así ha sido y sigue siendo la inmersión lingüística catalana, algo muy parecido a lo que aquí quiere desarrollar el bipartito valenciano que parece cada vez más inclinado hacia el norte y decidido a ignorar el sur, a esta provincia. Los ejemplos son tantos y los argumentos utilizados para tal tendencia tan banales, cuando no los silencios que los acompañan, que no tiene sentido entrar en una dinámica absurda.

Volviendo al tema central, todo intento, cuando el asunto es socialmente pacífico, de imponer una lengua, esconde o fomenta, aunque no se pretenda, algo más que una pretensión histórica o cultural. Por una parte, es expresión o semilla de un nacionalismo oculto cuyos efectos ya estamos viendo en otros lugares y que conviene abortar desde el principio para evitar sorpresas en el futuro. Y, por otra parte, no debe olvidarse lo que de contenido económico y de poder entraña la imposición de una lengua sobre otra. Televisión, radio, funcionarios, escuelas, editoriales, etcétera?Y unos, los propios o cercanos, sustituyendo a otros, los no valenciano parlantes, discriminados porque no pueden competir en los dos idiomas a diferencia de los primeros, que conocen ambos, de modo tal que es posible que la Administración y otros sectores de la vida queden en manos determinadas y limitadas. Un nuevo muro que se alza, como otros tantos, a los que tan aficionados nos estamos volviendo. La lengua no es un vehículo solo cultural, sino político y, como he dicho, económico y de poder, perfectamente cuantificable; algo conocido por quienes en estas tierras quieren imitar los grandes avances que ha supuesto la inmersión catalana, cuyos resultados están ahí y que sería peligroso permitir.

Detrás de ideas con apariencia de mera liberalidad, suelen coincidir siempre razones más prosaicas, que en ocasiones son esenciales para comprender las pocas concesiones y los extremos, las presiones sobre quienes han de decidir, pues las fechas de caducidad propias de la democracia obligan a acelerar lo que no siempre es posible. La urgencia se explica muchas veces en el temor acerca del devenir. Y la urgencia y el escaso diálogo, identifican en este caso las decisiones que se están adoptando con un rechazo mayoritario.

La oposición, por tanto, a las políticas nacionalistas no debe olvidar lo que está en juego, que es mucho más que una hipotética negación o disolución dialéctica de la nación española. Con ser preocupante que esto pudiera suceder, es necesario atender al hecho de los efectos de la ocupación social por los nacionalistas de buena parte de sectores económicos, públicos y privados. Y no vale como atenuante el hecho de que se pueda aprender una lengua, porque al no ser la materna, mal y tarde puede competir el inmigrante en un proceso artificial como el que se quiere establecer. Un proceso organizado en una sociedad en la que ambos idiomas conviven sin conflicto alguno, siendo uno u otro mayoritarios según la zona, que no coincide con las afirmaciones que los políticos realizan y que estos se empeñan en alterar contra la misma realidad. Aquí o allá la realidad es diferente, como lo es el resultado excluyente que va a propiciar la inmersión que se propone, aunque se adorne con razones aparentemente culturales. Los resultados discriminatorios, especialmente en esta provincia, son inevitables.

Vincular aprendizaje en inglés, en el siglo XXI, a hacerlo en valenciano, incluso en zonas en las que este último es vital para el progreso, constituye una suerte de chantaje, una medida escasamente compatible con la libertad y la mayor edad de los ciudadanos. El valenciano en el sur es una forma de discriminación que comportará la sustitución de muchos de allí por otros de acullá. Una suerte de colonización encubierta.

Que la educación, con los problemas que tiene, solo halle este tipo de respuestas, es lamentable. La educación para la ciudadanía, el valenciano o propuestas similares son las soluciones de una clase política que vive en su mundo o valora sus intereses, pero que acredita incapacidad, falta de sensibilidad o, sencillamente, que lo que le importa es ajeno a lo que preocupa a los ciudadanos. Bien está que se entretengan, pero de ahí a que obtengan beneficios para los suyos allanándoles el camino, hay un trecho que no se debe dejar transitar a nadie. Habrá que estar atentos y ver los resultados, ponderarlos y cuantificarlos.

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