Luego, las presidenciales francesas, donde parece seguro que la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen, que quiere que Francia salga del euro, tiene serias posibilidades de ganar la primer vuelta del 23 de abril. Por último, las legislativas alemanas, donde Alternativa por Alemania, antieuro y antiinmigrantes, tiene menos opciones pero puede hacer que la extrema derecha entre, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, en el parlamento federal.

La primera batalla era la de Holanda. Geert Wilders, como escribí hace quince días, tenía difícil gobernar porque el sistema electoral, proporcional al máximo, favorece el multipartidismo. Las encuestas le daban un 20% y no había partidos dispuestos a aliarse con alguien que se presentaba como el político más extremo y más partidario de expulsar a los inmigrantes de países islámicos. Pero si llegaba el primero toda la política holandesa -y europea- podía quedar condicionada. Y sería una señal muy negativa para las elecciones francesas y alemanas. E incluso para las italianas que deben ser, lo más tarde, en el 2018 y donde los populistas del Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte tienen expectativas al alza.

Pero este jueves las capitales europeas respiraron. Wilders no sólo no ganó sino que obtuvo sólo el 13% de los votos y 20 diputados, prácticamente empatado con los democristianos y los liberales de izquierdas de Democracia 66, y muy por detrás de los liberales conservadores del Mark Rutte, el actual primer ministro que pese a que perdió votos logró 33 diputados. Además, el resultado de Wilders es inferior al que logró en el 2010 y al conseguido antes por otro grupo de extrema derecha.

En la izquierda, los laboristas que han gobernado con Rutte han perdido muchos diputados a favor de Democracia 66, la izquierda verde, que ha subido de 4 a 14 escaños, y un pequeño grupo de tres diputados turcos que antes formaban parte del grupo laborista. Es un dato a tener en cuenta.

Pero lo relevante es que la burbuja populista ha sido derrotada en la primera batalla del año con un fuerte aumento de la participación que ha llegado al 82%. La Europa democrática ha superado la primera prueba.