La historia de una ciudad y su territorio no se constituye únicamente con la de su construcción material, también está hecha de relatos, de narraciones, de imágenes, que permanecen prendidas en el devenir del tiempo. Las siempre oportunas, divertidas y en ocasiones conmovedoras tiras de McFly en este periódico pertenecen ya a la memoria de tantos ciudadanos que las seguíamos. Pero Juan Antonio Moreno nos ha dejado otras huellas escritas.

Conocí a Juan Antonio en 1972 en el cuartel de Benalúa donde ambos cumplíamos con nuestras obligaciones militares como soldados rasos. Enseguida surgió entre nosotros una estrecha amistad estimulada al compartir una posición común de lo que entendíamos que debía de ser nuestro compromiso con la sociedad; y desde nuestras profesiones recién estrenadas, arquitecto e ingeniero de caminos, con la ciudad. Por entonces conocimos a Rafael González, que trabajaba en la delegación de Alicante del diario La Verdad, el mejor periodista de información local que hemos conocido en Alicante, como sostiene mi amigo J.M.Perea, y le propusimos abrir un espacio fijo en su periódico que bautizamos como «Urbanicosas». Rafael, no solo aceptó la idea, sino que nos animó encantado a ello, estableciendo con él una muy buena amistad.

Durante algunos meses nos publicaron varios artículos sobre diferentes cuestiones urbanísticas que afectaban a Alicante y a su territorio. Tocábamos temas teóricos o genéricos como los relacionados con la movilidad entonces dominada indiscutible y abrumadoramente por el coche privado, defendiendo el espacio público para el peatón. La cita del encabezamiento de esta artículo esta extraída de uno de ellos que se titulaba «La supresión de la calle trajo consigo el fin de la vida urbana», que recuerdo perfectamente que es de Juan Antonio. En otros, discutíamos la remodelación de la Plaza de la Muntanyeta y el aparcamiento de rotación que se implantó allí por entonces. También mostrábamos nuestra preocupación sobre el modelo territorial que estaba impulsando el fenómeno turístico en el litoral; y participamos activamente en las acciones de oposición al trazado de la entonces Autopista de Mediterráneo que inicialmente discurría muy próxima a la costa, cortando en dos el territorio urbano. Juan Antonio escribía muy bien y con mucha soltura. Le admiraba, y aprendí con él a desenvolverme en el tipo de formatos en los que usualmente publicábamos.

Inicié con él una colaboración profesional que duró unos años de los que quisiera destacar la redacción del PGOU de El Campello, contrato que firmamos la noche de noviembre de 1975 en que murió Franco. El desarrollo de este trabajo estuvo lleno de presiones de todo tipo a las que, a duras penas, podíamos hacer frente, tanto por nuestra falta de experiencia profesional como por pecar de cierta ingenuidad. Sin embargo suplíamos todo ello con entusiasmo con la convicción de participar de una nueva forma de entender la práctica del urbanismo. El mejor recuerdo que tengo de aquel plan, fue que conseguimos que no se construyese en el entorno de la torre de la Illeta. Llegamos a poner en marcha una acción de concienciación popular bajo el lema «Salvem l'Illeta».

Escribo estas apresuradas líneas con la emoción apenas contenida por la pérdida de un amigo que, a pesar de que nuestros caminos hacía tiempo que se distanciaron, ocupa una parte importante de mi vida, la de sus inicios, que como en todo comienzo es allí donde reside la verdad.

«Hay que humanizar las calles, no urbanizar nuestro cerebro».

J.A. Moreno , 1972.