Recuerdo que hace años, en mitad de un debate de estudiantes de Periodismo sobre la monarquía o la república, un partidario de las coronas destacaba la ejemplaridad de la Casa Real española, en comparación con los escándalos que aquejaban a su homóloga británica.

Las truculentas historias de Lady Di, el príncipe Carlos y su entonces amante Camilla Parker, esa mujer de la que el eterno heredero anhelaba ser su compresa, o las trastadas del príncipe Harry, no hacían aquí sino dar lustre a unos Reyes, Don Juan Carlos y Doña Sofía, que por aquel entonces si portaban siempre un adjetivo a su vera no era otro que el de "profesionales".

Si acaso, las malas lenguas daban pábulo a leyendas urbanas como que el Rey cogía de vez en cuando su moto y se daba escapaditas para desatar sus otras pasiones. Algunos incluso aventuraban los nombres de sus supuestas amantes. Pero eso era todo, obviando el lógico interés de la prensa por conocer los rolletes o noviazgos del entonces príncipe Felipe.

Pero, qué cosas, el ministerio del tiempo besó a la Casa Real y ésta se convirtió en rana. Y, como buen anfibio, no dejó de pisar charcos. Uno tras otro.

La primogénita, la Infanta Elena, se casaba con el aristócrata Jaime de Marichalar. En España prendía entonces el boom de la fiebre por las bodas reales.

Después tendrían descendencia bautizada con nombres eternos, pero no por su vigencia, sino por su longitud. El vulgo, que por aquel entonces ya empezaba a escribir en modo "tuiterizado", ya se encargaría de acortarlos.

El cuento de la mayor del Borbón acababa en divorcio, tras dimes, diretes y noticias de posible consumo de drogas por parte de un Marichalar al que un día le dio un yuyu, y otro día le dio un tiro en el pie a su Felipe Juan Froilán de Todos los Santos. Froilán para la prensa. Pipe para los amigos.

La pequeña, Cristina, ejemplar trabajadora de una entidad bancaria, protagonizaba otra historia de amor de fábula con un exjugador de balonmano, Iñaki Urdangarin. Nueva boda real y procreación nivel "tribu de los Brady".

El resto del cuento para esta pareja, por reciente y ultramediático, huelga detallarlo. Pero baste decir que después del recordado "lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir" del hoy Rey emérito, entonado después de conocerse sus episodios de caza de elefantes en África, con fractura de cadera incluida, en una semana jodida en lo económico para España, ahora, decía, el caso Nóos y la sentencia de Urdangarin han terminado de demoler la ya deteriorada imagen de la Familia Real.

Y, de paso, ha empañado más aún si cabe el espejo de la Justicia. Ésa que con su ceguera defiende que todos somos iguales ante la ley.

Con el Rey Juan Carlos ya por un lado, desde su abdicación-liberación, y la Reina Doña Sofía por otro, evidenciando ahora lo que durante décadas parece ser que disimularon con esa profesionalidad que les caracterizaba, el peso de la Corona recae sobre el Rey Felipe VI, que les dio el disgusto de casarse con una plebeya llamada Letizia Ortiz.

Concretamente una periodista, divorciada, presuntamente de espíritu republicano y que, sin embargo, polémicas al margen sobre su delgadez, sus vestidos o sus arreglos quirúrgicos, está llevando su responsabilidad con la profesionalidad y el saber estar que requiere el cargo.

En apenas 48 horas hemos podido leer conversaciones privadas del Rey, pinchadas por el Cesid, aireando sus amoríos; y la chulería adolescente de un Froilán, o Pipe, que tiene pinta de dejar lo del príncipe Harry en travesuras infantiles.

Visto lo visto, nos quedamos con la sangre roja, que la azul nos ha salido rana.

Keep calm and God save the Queen.