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Puertas al campo

Nacionalistas sin fronteras

También se la ha llamado «Internacional Nacionalista». De llegar a existir, podría seguir las huellas de la Asociación Internacional de Trabajadores (1864) o la II Internacional (1886) o, en el siglo pasado, las de la Internacional Liberal (1947), la Internacional Socialista (1951) o la democristiana (1961). El tiempo lo dirá.

De entrada, en ella tendrían cabida los nacionalismos estatales (del tipo «españolista» por ejemplo, si el PP evoluciona como parece que va a evolucionar), pero también los sub-estatales (del tipo Esquerra Republicana, aunque no sé qué harían los de Unión Democrática de Cataluña que también están en la Internacional democristiana).

Sus primeros pasos se dieron hace un par de meses en Coblenza, Alemania, en una cumbre convocada por Alternativa para Alemania (AfD) en la que participaron el Frente Nacional (Francia), la Liga Norte (Italia), el Partido para la Libertad (PVV, Holanda) y el Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP). La sombra de Trump es alargada y varios de los líderes reunidos en Coblenza como Marine Le Pen o Nigel Farage ya han tenido encuentros con el máximo representante de esta corriente o, si se prefiere, de esta peculiar versión de la ideología nacionalista, coherente con aquello que se gestó en la Gran Revolución francesa (1789) o, antes, con Cromwell (1640-1688), que fueron los primeros nacionalistas (estatales, por supuesto). Lo que sucede es que ahora viene con los tintes propios de la época que vivimos y sus éxitos pueden producirse escalonados como Marine Le Pen se encargó de anunciar en aquella cumbre y que Geert Wilders, del Partido para la Libertad (PVV, Holanda) resumiría diciendo que «el presente año será el año de la gente, el año de la liberación, el año de una primavera patriótica».

No son, obviamente, populistas de izquierdas. Si son populistas o no, dependerá de cómo se defina dicha palabra. Lo de izquierdas también es difícil de definir, pero no es exagerado afirmar que se trata de nacionalismo de derechas, suponiendo que pueda existir un nacionalismo de izquierdas, asunto que no voy a discutir con los que se declaran partícipes de esta última variante de la ideología.

Que esos planteamientos afectan y afectarán a la Unión Europea, está fuera de discusión. De hecho, las perspectivas expresadas por Jean-Claude Juncker, jefe del ejecutivo europeo, no son precisamente halagüeñas. En una entrevista del mes pasado manifestaba sus dudas sobre la capacidad de los europeos para permanecer unidos (dicho al margen de que muchos europeos nunca han estado unidos en esa Unión, como sucede con Noruega o Suiza). Desde otro frente, Yanis Varoufakis defendía, por las mismas fechas, la existencia de la Unión como «alternativa al nacionalismo de Trump» mediante la exclusión de «la barricada de los Estados nacionales» y del «enfrentamiento de 'nuestra' gente contra la de los 'otros' atrincherados en muros separadores». Si es así y los que gobiernan se muestran tan pesimistas y el optimismo hacia la Unión lo manifiestan los que tienen muy escasas probabilidades de gobernar, el resultado es que el camino queda abierto a esta «internacional» que tiene, en su programa, el «exit», empezando por el «Brexit» ya en marcha.

Estos partidos no son efecto de la globalización ni causa de su posible desaparición. Y la razón última es que la globalización es uno de tantos «palabros» con los que no se sabe bien qué se quiere decir. Si es «planetarización», eso ya empezó con Cristóbal Colón o, si se prefiere, con el capitalismo del que hablaba el Manifiesto Comunista de Marx y Engels (todo aquello de que se obtienen las materias primas en un sitio, se produce en otro, se vende en otro diferente). Si es «mercado único», es una exageración: la mayor parte de las transacciones son locales, aunque sí parece que la irrupción de importaciones extranjeras juega un papel importante en este auge. Si es «mano de obra moviéndose libremente», ya me dirá usted. Eso sí: el mundo financiero es planetario (es, probablemente, lo único globalizado que existe, si se excluye el medioambiente y sus previsibles problemas inmediatos). Ahí sí que hay globalización pero, repito, es arriesgado atribuirle un papel importante en este fenómeno de la internacionalización de los nacionalismos. Obsérvese, de paso, que en Coblenza había nacionalistas sub-estatales ?los de la Lega Nord italiana? junto a los nacionalistas estatales ya citados. Y todos ellos clasificados como «populistas de derechas» (euroescépticos, xenófobos, islamófobos). No extrañe, pues, que compartan el euroescepticismo con el espejo en que todos ellos se miran, a saber, el de Donald Trump coherentemente xenófobo e islamófobo.

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