En el Centre d'Art Taller Ivars de Benissa, hoy miércoles, 15 de marzo de 2017, cualquier vecino, ciudadano, peregrino o foráneo que lo considere podrá despedirse de Bernat Capó. Basta con llegar al corazón de la Marina Alta, preguntar por él, tomar el camino de la vieja carretera que parte el pueblo en dos, torcer a la izquierda y dejarse caer por la vieja nave de la fuera Fábrica de Muebles Ivars. Allí le espera, cubierto de luz y de silencio, el escritor, el periodista, el hombre tranquilo, el refundador de nuestro pequeño y gran País Valencià, el contador de historias, el encantador de utópicos gorriones, el narrador de raza, el eterno viajero por sendas de moriscos, el caminante de Terra de cireres, el amigo de los pájaros, el sabio criador de ruiseñores, el reportero audaz, el recolector de leyendas, el cronista de las cosas fugaces, el guardián de las palabras, el centinela de nuestras tradiciones, el defensor impenitente de la nostra cultura i de la nostra llengua.

En Benissa encontré un amor, un amigo y una tierra de acogida. Vuelvo a sus calles, a sus espacios, a su paisaje y a sus gentes desde hace más de veinte años. La casa y el abrazo de Bernat Capó han sido hasta ayer mi punto de llegada. Forman parte de mi innegociable patria de amigos verdaderos, y hasta habitan, para siempre, en las páginas de mi última novela, en la que Bernat campa a sus anchas entre personajes de leyenda y de ficción.

Hace unos meses, cuando fue nombrado Hijo Predilecto del «seu poble», nos retratamos juntos y nos regalamos el último apretón de cariño. Aún guardo su sonrisa, emocionada y breve, en la memoria luminosa del móvil. La miro con su misma ternura, con el corazón ondeando a media asta, sintiendo en el alma el vuelo de todas las alondras que escaparon de sus cuentos, de todos los ruiseñores que se saben su nombre.