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Arturo Ruiz

Como si volviera Stalin

Compañeras y compañeros, imaginemos por un momento que en cualquier ciudad rusa, polaca o ucraniana las esculturas de Stalin o de Brezhnev vuelven de pronto a tomar plazas y parques; o que el bulevar de Berlín donde hace caja una multinacional de hamburguesas es rebautizado con el nombre de Honecker. Alucinaríamos, claro. Nos preguntaríamos qué ha ocurrido, cómo es posible que la historia del ser humano haya girado de nuevo en redondo hacia las tinieblas de su peor pasado.

Bueno pues ese giro es el que sí se ha producido en Alicante después de que la placa de la División Azul haya tenido que ser colgada de nuevo en ese espacio que sólo por unas semanas se llamó Plaza de la Igualdad. La División Azul.... Hablamos ya no sólo de loar a un grupo de soldados que fueron hasta las lejanas estepas de Rusia para combatir en apoyo de la misma Alemania nazi contra la que se aliaron todas las naciones democráticas del orbe; sino de aplaudir a un régimen, el franquista, que suprimió durante cuarenta años la libertad y la democracia. Por eso se entienden las lágrimas de la compañera concejala de Memoria Histórica, María José Espuch. Yo las entiendo. Las comparto. También lloro.

Pero, compañeras y compañeros, desde el viernes han pasado muchas más cosas. Habrá que verter no sólo lágrimas, sino también hacer autocrítica. Habrá que averiguar las razones por las que en esta Alicante nuestra hemos tenido que recolocar las placas que glosan el mundo de Francisco Franco y no hemos podido realizar el mismo ejercicio de higiene democrática que se ha hecho en el resto de latitudes del planeta. Habrá que dilucidar por qué los nuestros del tripartito no fueron capaces de llevar esta cuestión al pleno, alcanzando un consenso con todos los grupos del Ayuntamiento y renunciando a algunos cambios de nombres como el de la plaza Calvo Sotelo para no darle al PP la excusa que le permitió interponer el recurso que ha posibilitado ahora a una jueza paralizar el cambio de 46 placas franquistas. Porque, compañeras y compañeros, ahora que no nos oye nadie, quiero comentaros una cosa: José Calvo Sotelo podía ser un señor muy muy de derechas, y lo fue, pero también un diputado elegido por el pueblo, no promocionado por una dictadura. ¿Tanto nos hubiera costado sacarlo de la lista de placas para limitarnos sólo a eliminar los nombres que de verdad nos hacían y nos hacen daño? ¿No hemos sido un pelín prepotentes? ¿Sabéis que hay vecinos de esta ciudad que ya ni siquiera saben en qué calle viven?

Ya, ya, compañeras y compañeros, no me gritéis todos a la vez. Lo sé. Sé que lo del PP también manda huevos, como hubiera dicho el exembajador aquel. Sé que ellos no son tontos. Sé que sabían que su recurso podía significar el regreso a las tinieblas. Sé que parte de nuestra derecha es incapaz de desligarse de algunos de los regímenes de acero que tanto maltrataron al pobre siglo XX.

Pero, compañeros y compañeras, qué queréis que os diga... De algunas de las cosas que han pasado tenemos la culpa nosotros: esos mensajes subliminales de Echávarri a Simón, esas broncas de Angulo ante Pavón y Bellido, esa incapacidad nuestra para entendernos en la estrategia a seguir en un asunto en el que realmente todos estamos de acuerdo, ese no condenar las pinturas que acaban de aparecer en las placas franquistas recién colocadas y que no arreglan nada? ¿Es que nunca podrá salirnos algo bien, compañeras y compañeros?

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