Al igual que esas pequeñas sacudidas que, como en Pamplona el pasado viernes, inquietan a la población aunque no se rompa más que alguna cristalera, así anda la política española. Son avisos, sustos, pequeñas alarmas, que no se sabe si anuncian algo. De momento, hay algunas sacudidas más serias con epicentro en Murcia, a cuenta de la presión de Ciudadanos para que se releve al presidente autonómico popular, pero no se teme un seísmo de gran magnitud que genere una catástrofe, a saber, la convocatoria de elecciones anticipadas. Rajoy tendrá en mano esa posibilidad después de mayo. Rogaríamos todos a Dios que le diera templanza para no hacerlo, si no fuera porque de templanza el Presidente del Gobierno va sobrado. Así lo insinúa quien lo designó como líder de su partido, José Maria Aznar: «Condicionar la política a las decisiones de los jueces es un error. La justicia debe jugar su papel y la política el suyo. Pero lo peor cuando toca hacer política, no es hacerla bien o mal, sino no hacerla, porque ese espacio lo ocupa otro».

El forcejeo se origina en el incumplimiento del pacto suscrito por Ciudadanos y el Partido Popular para facilitar -con la traumática abstención socialista- la investidura de Rajoy. No solamente no se cumple, sino que el «secretario general del PP en la sombra», Maillo, desveló sin anestesia que lo firmaron porque no quedaba otra, pero sin intención de cumplirlo. Normal que Albert Rivera se encienda y estreche relaciones con socialistas y podemitas para inquietar a la cúpula popular que a ratos se comporta, desafortunadamente, como si tuviera mayoría absoluta; solo que no la tiene. Ahí nacen las comisiones de control en Congreso y Senado -aunque en la cámara alta el PP sí disponga de rodillo- más el desafío del PSOE a no tratar a puerta cerrada las cuarenta peticiones de compatibilidad profesional de diputados, en su mayoría populares, y esos pequeños temblores políticos que pueden ser antesala de una sacudida mayor.

¡Para elecciones está el PSOE! Dividido y enfrentado en tres porciones desiguales: la menor, presumiblemente, la del candidato Patxi López y las dos supuestamente mayores pero desiguales, representadas por los partidarios de Pedro Sánchez y los que esperan impacientes que Susana Díaz deje de marear el calendario y se presente de una vez. Con la fracción de Patxi habrá poco problema porque él mismo ha insinuado que al día siguiente de las primarias negociará con el que gane. Ya verán cómo puede recaer en él, si su resultado es algo significativo, la presidencia del partido. El problema grave es que Pedro Sánchez y Susana Díaz representan dos proyectos bien distintos: Sánchez, según declaró a Jordi Evole, cree que hay que aliarse con Podemos y Susana está en la línea más clásica de los socialistas tradicionales. A día de hoy Pedro va embalado, aupado por la condición de mártir que torpemente le concedieron en el «Comité Federal de Puerto Hurraco», el pasado uno de octubre. Susana, que siempre tuvo más proyecto de partido que de país, en parte por rodearse de equipos poco brillantes, sufrirá para ganar -aunque ella cree que saldrá elegida- pero se la juega cada día que pasa sin anunciar que se sube al tren de Madrid, según metáfora que ella misma creó.

Sentado a la puerta de su casa, mientras sus fieles arrinconan a los errejonistas vencidos, Pablo Iglesias espera el terremoto del PSOE para recoger los restos y colocarse como líder de la oposición. Se lo están regalando.

Entretanto las sacudidas se sienten intensas en Cataluña. Felipe González, que conserva la clarividencia que no tiene la mayoría de políticos actuales, lo define gráficamente: «Para reformar el Estatuto de Autonomía, o la ley electoral, hacen falta dos tercios de la cámara y ahora la Generalitat propone que con una simple reforma del reglamento en el Parlament, y sin dejar hablar a la oposición, se pueda proclamar la República Independiente de Cataluña. Por favor, basta de agresiones». Eso sí puede ser un terremoto devastador.