Somos castellanoparlantes. Con esta afirmación quedaba claro que no entendíamos valenciano. Me estoy remontando a los lejanos tiempos del largo silencio de la dictadura.

En aquel momento, cuando salíamos de Torrevieja y acudíamos a alguna reunión clandestina, la mayoría de los asistentes se expresaban en la lengua de lo que llamábamos País Valenciano. En aquellos contubernios se esforzaban los valencianoparlantes en hablar en castellano pero era inútil: cuando se calentaba el debate volvían a utilizar se lengua vernácula. De lo de «Si vols l'autonomia lluita per la república» ha pasado más de medio siglo, pero en aquella época jamás nos separaba la lengua. Todo lo contrario. Nos unía. De entonces acá quienes no tienen más remedio que tragar la democracia cada vez que pierden democráticamente el poder no cejan en su empeño a la hora de utilizarla para dividirnos. Por un lado, tenemos la falta de sensibilidad de quienes aplican la normalización lingüística en estos pagos: el actual gobierno autonómico. Tenemos el ejemplo del secretario autonómico de Educación, Miguel Soler, quien en la reunión con miembros de la comunidad escolar y con mucha ironía, se pitorreó de todos ellos a la cara. Les vaciló creyendo que no se daban cuenta y además recreándose en una supuesta superioridad intelectual. O la escasa empatía del conseller Vicent Marzà el pasado mes de diciembre a la hora de atender la complejidad de esta zona castellanoparlante.

Paradójicamente, cuando se aprobó la normalización del valenciano vino a Torrevieja el entonces presidente de la Generalitat, Joan Lerma, a explicar a los de siempre que sus hijos podían estar exentos del valenciano -por cierto, como ahora-. El Molt Honorable en aquella ocasión supo estar a la altura de las circunstancias. Asistí como informador a aquel encuentro.

Por otro, el cerrilismo y cafrería de la oposición y su desmedido afán de manipular al personal buscando por encima de todo rentabilizar políticamente cualquier situación utilizando lengua y las banderas, según las circunstancias. Quedó muy claro cuando a principios de la primera década de los 2000 la Vega Baja se manifestó, con media comarca por las calles de Murcia agitando la cuatribarrada -con la franja azul, eso sí- para exigir como valencianos que no siguieran contaminando el Río Segura. En Torrevieja y la comarca de la Vega Baja conviven gentes de cien mil raleas. Somos muy críticos y duros con los colectivos extranjeros que llevan muchos años aquí y siguen sin molestarse lo más mínimo en aprender ni a chapurrear el castellano. Lo hacemos sin caer en la cuenta de que renunciamos al derecho de aprender la reprimida y denostada durante muchos años lengua de la Comunidad. En este sentido recuerdo la anécdota no muy lejana de un salinero: Canal 9 elaboraba un reportaje sobre las salinas y la entrevistadora subió a la máquina conducida por este trabajador y comenzó a preguntarle en valenciano. Nuestro hombre se encaró con la periodista y al grito de «hábleme en cristiano» la echó del tractor a cajas destemplás. Quienes presenciaron la escena se regocijaron con ella. Se puede comprender que de aquellos polvos todavía perduren estos lodos. En estos tiempos donde la mayoría de los papás se pirran porque el nene y la nena aprendan el inglés me resulta inexplicable que rechacen el decreto de plurilingüismo del Marzà -manifiestamente mejorable, más bien chapucero, según los entendidos en la materia- al considerar que va en detrimento del castellano y deben pagar el peaje del valenciano para profundizar en la lengua inglesa. Por poner un ejemplo aquí hasta la primera generación de inmigrantes, incluso chinos, nacida en estos lares lee, oye, escribe y entiende el idioma oficial de este país -ni los padres, ni Soler se acordaron de ellos el otro día en la reunión-. Pero para el idioma de la Gran Bretaña no se puede pedir la exención, tampoco para las matemáticas. Se ahorrarían de tener que andar finalmente mendigando, o presionando, a los profes para que los aprueben porque no les entra ni con calzador. Vamos a acoger en la ciudad una manifestación en defensa del castellano. Defiendo a ultranza las manifestaciones. Abren los ojos al personal, se toma partido y con el paso del tiempo muchos se dan cuenta de haber sido utilizados en ellas como meros instrumentos en escaramuzas políticas que ni les van ni les vienen.

P.D: Dos cosicas corticas de mi Torrevieja del alma. La primera. Me siento orgulloso: la voz de un torrevejense se ha vuelto a escuchar 82 años después en la tribuna de oradores de las Cortes Generales, la del diputado nacional por Alicante Joaquín Albaladejo. Aprovechó los dos minutos de su intervención en cantar las excelencias de su pueblo. Por algo se empieza.

La otra. Algunas entidades locales a la hora de realizar sus programaciones reclaman del Ayuntamiento lo que siempre han venido consiguiendo. Coco mono y perricas para el cine. Ahora al no aceptar un mínimo control del dinero de todos que invierte en ellas el municipio corren el riesgo de quedarse sin que los lleven a la feria. Que aprendan de la Unión Musical Torrevejense. Hace años que sus dirigentes comprendieron que esta entidad no era el ombligo de Torrevieja. Desde entonces han mejorado en todos los sentidos.