En las más de las ocasiones, la burocracia administrativa pervierte el sistema de manera que se acaba logrando lo contrario de lo que se perseguía. Un ejemplo, la XarxaLlibres, una excelente idea del conseller de Educación, Vicent Marzà, nacida en tiempos de crisis para garantizar a los alumnos más desfavorecidos que puedan tener libros, aunque sean usados. Para no discriminar, el Consell decidió que la medida se aplicara a todos los estudiantes, con independencia de los ingresos de sus padres. La realidad, tras el primer curso de aplicación, es que quienes más lo necesitan son quienes se han quedado fuera, por el descarnado hecho de que no pudieron entregar los libros el curso pasado para poderlos tener gratis éste. La razón: no pudieron comprarlos el pasado curso y, por tanto, no pudieron ceder lo que no tenían para tener los textos gratuitos este año. Algo simple y lógico, porque estamos hablando de familias necesitadas, pero que la norma de la Generalitat no prevé, porque la letra no piensa y quienes deben hacerlo, por lo que parece, tampoco.