No es de extrañar que el tiempo escolar se haya convertido en uno de los principales conflictos de los últimos años. Ciertamente, coexisten varias jornadas: la de los alumnos, la de los profesores, la de las propias escuelas y la de las familias. He aquí una de las principales confusiones del debate. Por el contrario, no cabe discusión sobre el carácter flexible de la nueva propuesta, en cuanto a la hora de recogida de escolares. A pesar de ello, no debe obviarse que esta flexibilidad se fundamenta en la compactación del horario lectivo de los niños de Infantil y Primaria, y encontrar semejanzas con Finlandia es pura fábula. La nueva jornada escolar en la Comunidad Valenciana se presenta como una franja compacta en la que la relación entre tiempo lectivo y tiempo de descanso se muestra descompensada, insuficiente y contraria a los ritmos de un buen aprendizaje y desarrollo del niño.

En cuanto al horario laboral del gremio en cuestión, hemos de señalar que su volumen no se modificará, pero sí su distribución. Lo cual beneficiará a los interesados y afectará, a largo plazo, el aprendizaje y el bienestar de los niños. Asimismo, la nueva organización horaria repercute esencialmente en la educación pública: un sistema que atenta contra el carácter igualador de las desigualdades sociales de la Escuela Pública.

Tampoco puede negarse que el discurso educativo es aprovechado para disimular los auténticos objetivos de los interesados: una vieja reivindicación laboral. He ahí el motivo de los continuos enfrentamientos entre partes equivocadas del conflicto. Una vez más, participamos en un sistema de delegación de responsabilidades montado por las Consejerías de Educación de las diferentes comunidades autónomas.

Así las cosas, si se insiste, desde los bancos pro jornada continua, en subrayar los factores que intervienen en los resultados académicos, es lícito preguntarse por las razones que mueven a cambiar en primer lugar un factor con tan poco peso en el rendimiento de los escolares.

No parece oportuno hablar de religión o fe para tratar este asunto, como se aludía en el artículo «La religión del no» (10/02/2017). Pero si de profesar fe hablamos, son precisamente los más interesados los que la imparten instando a los padres a creer en las bondades de la nueva jornada escolar, sin estudios ni heurísticos, ni científicos que la avalen.

Por último, parece incongruente que unos maestros desautoricen y nieguen la aportación de los investigadores en educación, cuando los pilares de su práctica son epistemológicos, filosóficos, psicológicos, ideológicos, sociológicos... Tampoco hemos de olvidar que el maestro es un profesional técnico que sabe cómo aplicar los métodos derivados del conocimiento científico y, por ende, capaz de resolver problemas instrumentales de la vida cotidiana. Por ello, en la pregunta ya viral: ¿hemos de confiar en los maestros?, se intuye el planteamiento de un perverso dilema: ¿hemos de optar por el profesional de la educación y desacreditar a los otros expertos o viceversa? Cabe añadir que, en ocasiones, existen opiniones divergentes e incluso contradictorias entre ellos. Por consiguiente, se impone, como respuesta, el diálogo entre las partes afectadas, sin olvidar que el interés del menor debe prevalecer por encima de cualquier otro.

Inaceptable es la exposición publicada el 01/03 en este medio en el que, sin criterio alguno, se ataca a profesionales de reconocimiento público e internacional.

El pasado sábado la UMH celebró un simposio sobre la jornada escolar y su impacto en la sociedad. Fue una oportunidad única para que los implicados participasen orientando su actuación hacia la excelencia educativa y no hacia una mera compactación del tiempo lectivo.