La lucha de las mujeres por la igual libertad se remonta en el tiempo a los albores del constitucionalismo. Desde entonces, las mujeres se han visto obligadas a abrirse camino, siempre en condiciones adversas, en medio de férreas estructuras culturales y económicas, ambas relacionadas.

Derribar estructuras, como las del patriarcado, grabada ésta a fuego en la cultura de nuestras sociedades, es una tarea peligrosa (para ellas, desde luego). Siempre cabe esperar reacciones, muchas veces violentas, en la medida en que el movimiento feminista viene a cambiar decisivamente los estatus sociales, económicos, políticos y jurídicos establecidos. Porque se trata de una verdadera revolución, tal vez la más incisiva de todas las revoluciones contemporáneas. Hay que esperar, por tanto, reacciones airadas, violentas, por parte de aquéllos que ven peligrar su estatus de privilegio y que no pueden soportar la pérdida de control sobre las mujeres.

Estamos viviendo actualmente una reacción virulenta del conservadurismo machista. No es casual que cuando más se avanza en reconocimiento de derechos y se amplía la presencia de las mujeres en el espacio público, más insidiosas son las respuestas desde los núcleos machistas organizados bajo distintas banderas, como la de la libertad de expresión «sin complejos». Una dura batalla se avecina, a distintas escalas, desde lo que supone la grotesca figura del presidente Trump, que hace del antifeminismo uno de sus entretenimientos favoritos, pasando por las reveladoras palabras de un tipo como Korvin-Mikké, el eurodiputado polaco de saludo nazi, hasta el autobús de la vergüenza puesto en circulación por el grupo ultra-católico Hazte Oir (si es ultra-católico, no será muy católico).

Tenemos problemas muy graves en el momento actual. En España, la escalada de asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas es un macabro aquelarre absolutamente escandaloso, ante la pasividad del Gobierno. Hay que recordar que la actual Ley sobre Violencia de Género es insuficiente. No contempla, más bien oculta, que existen otras formas de violencia machista que deben ser perseguidas (por ejemplo la utilización de los menores para proseguir la violencia contra las mujeres) que sí contempla el Convenio de Estambul, ratificado por España.

Por otro lado, el debate sobre los vientres de alquiler y la prostitución es inminente. En él se dilucidan cuestiones fundamentales sobre la libertad de las mujeres y sus límites, respecto a cuestiones tales como la llamada «prohibición de la prestación por sustitución», en evitación de que se convierta en la trampa para perpetuar las condiciones de control, explotación y dominación de que son objeto las mujeres. No olvidemos que la reproducción, una industria cada vez más mercantilizada, se está convirtiendo en uno de los soportes más importantes de las estructuras de explotación a nivel global.

Queda pendiente la inacabada tarea de pasar de la igualdad formal de las mujeres al plano de lo real. Reivindicar los amenazados derechos humanos para las humanas. Erradicar la división de roles en función del sexo. Fortalecer una cultura de la igualdad que destierre la actual cultura de la dominación. Replantear los fines y el sentido de la vida individual y colectiva. En definitiva: un nuevo contrato social que permita transformar todas las áreas de la vida social y el propio concepto de lo que es un ser humano.

Muchas de estas cuestiones se van a tratar en el XV Seminario sobre los derechos de las mujeres que dará comienzo el próximo martes en la Facultad de Derecho de la Universidad de Alicante. El ámbito del Derecho es sin duda uno de los más sensibles y más decisivos para la causa feminista. Creo que deberían potenciarse los estudios jurídicos feministas en las universidades españolas. Ah! el 8 de marzo, miércoles, se celebra el día Internacional de las Mujeres con una manifestación por las calles de Alicante.