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Bartolomé Pérez Gálvez

El respeto de los intransigentes

Por más que lo aconsejable sea no oponerse al establishment, en ocasiones no hay otra que acabar pisando charcos. Y es que, a fuerza de acatar cuanto consideramos políticamente correcto, corremos el riesgo de abocarnos hacia el pensamiento totalitario. Ahí tienen el ejemplo del puñetero busecito de Hazte Oír y su contraparte carnavalesca de la Gala «Drag Queen» de Las Palmas. Rozado el límite de la legalidad, en ambos casos se ha superado el del respeto. Ni la transfobia ni la cristianofobia pueden tener cabida en una sociedad que alardea de ser transigente y plural. Sobran ambos extremos porque, ni el uno ni el otro, tienen justificación mínimamente aceptable.

Proliferan los titulares y declaraciones que aseguran que el autobús de marras ha cometido un delito de odio. Pregunto y esta es la idea que predomina. Sin embargo, no hay quien me explique dónde se manifiesta el odio en el texto denunciado. Me cuentan que el vehículo ha sido inmovilizado por la policía local. Sí, pero por un asunto menor de tipo administrativo: el incumplimiento de la ordenanza municipal sobre publicidad. «Bueno, lo del odio lo ha ratificado un juez», me dicen otros. Leo la medida cautelar, acordada por un juzgado de Madrid, en la que se acuerda prohibir la circulación al bus de la discordia. En ella se reconoce que, del texto literal del mensaje, no puede inferirse incitación, directa ni indirecta, al odio, hostilidad, violencia o discriminación. A este argumento ?como a la libertad de expresión que, sin embargo, no respetan para quienes opinan de manera distinta? se van a acoger los radicales que apoyan la campaña. Ahora bien, el sectarismo, la intransigencia y el menosprecio, son tan evidentes como suficientes para justificar el rechazo social.

Los de Hazte Oír han hecho honor a su nombre y no parecen dispuestos a renunciar ahora a su objetivo. Son conscientes de que, ejerciendo de Perogrullo, han conseguido dirigir la atención hacia sus intereses. Supongo que la idea surgiría como respuesta a la iniciativa de Chrysallis Euskal Herria, una asociación de familias de menores transexuales que hace unas semanas iniciaba una campaña de orientación contraria, tanto en el contenido como en la corrección y mesura de su iniciativa. Basta comparar ambos mensajes. Del determinismo de unos («Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo») al reconocimiento de una realidad («Hay niñas con pene y niños con vulva»), que merece ser difundida para evitar más sufrimiento. Así de sencillo.

No entiendo dónde está el problema en asumir que existen niños ?ya puestos, usemos el neutro? que padecen las consecuencias de esta situación, porque de esto se trata. Tengo la impresión de que, obstinados en luchar contra el pecado, al morbosidad de los radicales les hace confundir el culo con las témporas. Dudo que les preocupe mucho si uno se siente hombre o mujer, sino cómo ejerce su sexualidad. Ahí duele. Quizás el mensaje que desean transmitir es que el hombre usa el pene y, la mujer, la vulva. Y nada tiene que ver porque el asunto no es de orientación sexual sino de identidad de género. Ojo, que son cosas distintas. Quitando carga de pecado, es posible que consigan ver la situación con mayor objetividad.

Tampoco hay razón para seguir debatiendo si, la incongruencia que en ocasiones existe entre el sexo gonadal y la identidad de género, se justifica por algún tipo de enfermedad. Son tantos los intereses que subyacen en su elaboración, que uno ya no se fía de estas clasificaciones. Lo realmente patológico ?y malicioso? es la insistencia en mantener el sufrimiento humano. Eso es lo que está en juego.

En su cruzada ultracatólica, los de Hazte Oír deberían considerar el daño que estos comportamientos hacen al cristianismo que dicen defender. Que la transfobia existe es tan cierto como que también asistimos a una creciente cristianofobia. Dudo que el menosprecio de estos creyentes radicales sea extrapolable a toda la comunidad cristiana. Por tanto, sus comportamientos no debieran servir de excusa a los cristianofóbicos para dar rienda suelta a sus arengas. Tan bárbara es la mala intención que subyace en la campaña de Hazte Oír, como la de quienes establecen una relación causal entre conferencias impartidas por católicos y el suicidio en adolescentes. Las declaraciones del portavoz de Compromís en Les Corts, Fran Ferri, han sido ciertamente desafortunadas. Lejos de aprovechar la salida de tono de los radicales católicos para sentar cátedra, ha cometido el mismo error que ellos. Pues no, ni la identidad del individuo debe ser determinada por las creencias religiosas, ni una simple charla determinará un suicidio. Pura demagogia.

En el extremo opuesto al bus de la indignidad ?por cierto, hoy reducido a simple autocaravana? se encuentra esa gala de «drag queens» del carnaval de Las Palmas. Aunque la fiscalía esté investigando, también será difícil que advierta algún posible delito. Una vez más, lo que se echa en falta es el respeto a la diversidad, en este caso religiosa. Libre es cada uno de disfrazarse como sea e, incluso, de escenificar sus alegorías relacionadas con los iconos cristianos. Ahora bien ¿es necesario seguir metiendo el dedo en la llaga? Porque tan tolerante habrá que ser con la identidad personal ?insisto, que va mucho más allá de la simple orientación sexual?, como con las creencias religiosas.

En ambos casos, la libertad individual de los intransigentes colisiona con el respeto. Y no hay leyes que se cumplan si no existe el respeto. Es lo que falta.

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