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Putin, el zar plebeyo que inquieta al mundo

El presidente ruso, que ha dado lugar a la "Putinología", y su homónimo Trump, se consagran como líderes de euroescépticos y extremistas

Mientras el mundo juega a las damas Vladímir Vladímirovich Putin triunfa en el ajedrez. El presidente de la Federación Rusa desde 2012, nuevo zar plebeyo del país que hace cien años derrocó a la monarquía, disfruta poniendo y quitando piezas en el complejo tablero geoestratégico mundial. Putin, que ya ejerció el cargo entre 2000 y 2008, provoca admiración, rechazo y temor. La prensa internacional apenas pasa un día sin intentar desentrañar quién es realmente este hombre de mirada inquietante, con perfil de espía de película, apasionado desde joven por los entresijos de las relaciones internacionales. Sin ir más lejos, el pasado 22 de febrero, el diario británico The Guardian estrujaba esa nueva ciencia política bautizada como "Putinología" con un análisis de las siete tesis más difundidas que tienen cabida en ella y que califican al mandatario de "genio", "don nadie", "afectado por un derrame cerebral", "agente del KGB", "asesino", "cleptócrata" y "Vladimír", en alusión a la coincidencia de su nombre con el de Lenin, nombre por cierto, muy común en Rusia.

La "Putinología", traducida como un inusitado interés por conocer y comprender al señor del Kremlin y sus intenciones, surgió hace más de una década y despegó en 2104, poco después de la invasión rusa de Crimea. En los últimos meses crece como un bola de nieve y se expande en redes sociales y tertulias periodísticas de todo pelaje. A su auge contribuye la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. La corriente de simpatía evidente entre ambos líderes preocupa a la Unión Europea, que ve peligrar la privilegiada relación con los Estados Unidos forjada en la era Obama, y a la vez se enfrenta a inciertos frentes abiertos por la extrema derecha y los movimientos anti sistema en Francia, Holanda, Austria, Alemania e Italia. En esos caladeros del descontento continental se revuelven de lo lindo las redes del poderoso líder ruso, acusado abiertamente de financiar al Frente Nacional de Marine Le Pen y a otras formaciones que comparten con él valores como el autoritarismo, el euroescepticismo y el tradicionalismo, a la vez que defienden las posiciones de Moscú ante Bruselas.

Putin y Trump se han coronado como líderes de euroescépticos y extremistas. Así lo confirma un informe presentado en el Parlamento de Italia. Su alto grado de entendimiento hace temblar a la mismísima Theresa May, que en su primera visita a Estados Unidos como primera ministra de Gran Bretaña, el pasado mes de enero, aconsejó a Trump "relacionarse con Putin, pero teniendo cuidado". Putin desafía a las críticas y continúa esa larga partida que ahora juega en los salones de la Casa Blanca, donde ha logrado sentar a su candidato, pagando el ridículo precio de un puñado de diplomáticos expulsados ??de los Estados Unidos. Sin duda, un sacrificio llevadero, a cambio de estrechar lazos económicos con Washington, acometer proyectos petrolíferos conjuntos en el Ártico ruso y obtener el reconocimiento de facto de Crimea como parte de la Federación de Rusia.

El presidente que los rusos recibieron por designación de Yeltsin, al principio considerado un hombre del montón, hijo único de una familia trabajadora de San Petersburgo, la Leningrado de los años del comunismo soviético, mantiene el misterio sobre sus constatados lazos con el KGB. Las acusaciones de maniobras oscuras para quitarse de en medio a sus enemigos siempre le acechan, pero él mantiene la barbilla alta. A Putin le gusta Yalta, lugar de veraneo favorito de Chéjov y los zares, casi tanto como intervenir en asuntos internacionales, por ejemplo, apoyando al régimen de Assad en Siria, después de que Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudí tomasen partido por los rebeldes.

Putin quiere devolver a Rusia la gloria perdida, poner patas arriba el orden mundial surgido de la posguerra y reemplazarlo por nuevas relaciones bilaterales en las que la Federación lleve la voz cantante. Los rusos le veneran como a un nuevo zar, aunque no lleve sangre real y carezca de la planta de un Romanov. La extrema derecha le odia y la izquierda socialista democrática ha quedado reducida a la nada. Su principal rival, el joven abogado Alexei Navalny, ha sido condenado a cinco años de cárcel y no podrá presentarse a las elecciones de 2018. Putin tiene el terreno despejado y hasta cuenta con su particular Rasputin encarnado en la figura del historiador y filosofo Aleksander Dugin, defensor de la "Gran Rusia". El juego va de grandeza pero el final es incierto.

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