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José María de Loma

La dieta del cucurucho

La Policía ha detenido en Madrid a un hombre acusado de estafar a numerosas personas en varias ciudades españolas. Les ofrecía un puesto de trabajo en una heladería de Toronto a cambio de 2.000 euros en concepto de papeleo y visado. Luego se daba el piro, claro. Y los dejaba fríos.

La cosa no remonta, aunque baje el paro, y así estamos, que hay tortas (y hasta miles de euros) por un puesto en una heladería en un lugar donde calor no hace precisamente. La peña está dispuesta a rellenar cucuruchos en el otro lado del mundo con tal de perder de vista esta porción de ese mismo mundo que atiende al nombre de España.

La estafa es deleznable, aunque sería más exacto decir que es una cabronada, ya que juega con la buena fe de la gente e incluso con sus ahorros. Sólo en Málaga, el nota en cuestión ha sacado más de 20.000 euros, según informa la Policía. También le tomó el pelo a gentes en Gijón, Valencia y Almería, entre otros lugares. Además de bribón, viajero. A estas horas hay alguien compuesto y sin vainilla. Y sin dos mil euros que soñando con endulzar paladares canadienses sólo puede albergar un mal sabor de boca. Y de bolsillo.

Muchas veces pensamos que con esto de los interneses, los robos, timos y similares de los golferas o facinerosos han evolucionado, se han sofisticado. Pues no en todos los casos, ya ven que en lo esencial sigue siendo lo mismo: mucha labia y promesas de feliz futuro (ya sea laboral, amoroso, etc.) a alguien bien provisto de ingenuidad y monedas.

El timo del heladero ha derretido las esperanzas de algunos infortunados. Toronto bien vale dos mil euros, debieron pensar, aunque allí se ve que tampoco atan los perros con longaniza ni es oro toda la nata y fresa que reluce. En cualquier caso, conviene alabar la originalidad procedimental para darla con queso. O tuti fruti o chocolate.

Nadie está libre de un engaño y ya sabemos por nuestras abuelas que no conviene hablar mucho con desconocidos, cosa que vulneramos a diario nada más encender, si es que lo apagamos, el smartphone por la mañana, cuya pantalla pueblan amigos virtuales con variadas intenciones, pululando por nuestras entretelas, egos y anhelos. Ofreciendo incluso dudosos trabajos. O la dieta del cucurucho.

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