Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Desde mi terraza

Luis De Castro

Crónica de un instante

Tenía que pasar. La semana pasada me referí a la polémica y discutible decisión de la Conselleria de Educación en cuanto exigir a los docentes la capacitación para impartir clases en valenciano. Y también la obligatoriedad del conocimiento de la lengua para opositar a cualquier puesto de la Administración en la Comunidad. Por lo pronto, ya empieza a circular por las redes la solicitud de firmas en desacuerdo con la decisión de excluir a los profesores interinos de la bolsa de trabajo por no haber obtenido la capacitación en valenciano. Si Dios no lo remedia (o el conseller Marzà), en septiembre se quedarán sin trabajo unos 5.000 profesores interinos que hasta ahora vienen ejerciendo su labor docente. Por si no teníamos suficiente preocupación por las discutibles sentencias judiciales de los últimos días, que deja a la discrecionalidad de los jueces la aplicación de penas de mayor o menor gravedad, por si la irritación social por la benevolencia con que la justicia trata a los corruptos, por tantas y tantas irregularidades que alteran la convivencia ciudadana, se añade ahora la polémica de la «llengua». Y es que las imposiciones nunca fueron aconsejables; lo legal no es lo legítimo. Y no se puede (ni se debe, en mi opinión) pasar por alto las especiales características territoriales de la Comunidad Valenciana, donde el bilingüismo no es lo general. Lo cierto es que en la sociedad española existe un manifiesto cansancio de que la política lo inunde todo; lo que en unos momentos supuso una satisfacción por la madurez de los ciudadanos en cuanto a su preocupación por los temas políticos, puede terminar en total desinterés por el desacuerdo existente con las decisiones del poder ejecutivo, y también del poder judicial, la aceptación democrática de las leyes no significa que obligatoriamente se esté de acuerdo con ellas. En fin?ante lo enrarecido del ambiente prefiero hablar de cosas más espirituales y por lo tanto más satisfactorias; y nuevamente recurro al mundo del arte y la cultura como asidero ideal, que no significa escapismo ante los problemas sociales. Hoy más que nunca hay interés por el cine, siquiera por las repercusiones de eventos algo frívolos como la entrega de los premios Óscar; el teatro, tan boyante en la capital del reino, remonta tímidamente en nuestra ciudad tras un largo período de languidez; un aforo de más del cincuenta por ciento del aforo del Teatro Principal para ver un espectáculo tan interesante como Tierra de Fuego (y tan poco comercial) el último fin de semana, resulta cuando menos esperanzador, habiendo coincidido además con tres llenazos absolutos del ADDA para ver el extraordinario Carmina Burana de La Fura dels Baus. Y mañana (hoy para el lector) tendrá lugar en Alicante un evento tan importante como la entrega del Premio Azorín de Novela, uno de los premios literarios de mayor prestigio de España (y uno de los de mayor dotación económica). Coincidiendo con el bautizado como Año Azorín por parte de la Generalitat Valenciana, que conmemora el 50 aniversario de la muerte del escritor de Monóvar, se celebrará en convocatoria pública, también en el ADDA, el fallo del premio que contará con la intervención del actor Juan Echanove y que recitará algunos poemas. Mi buen amigo Echanove, al que conocí cuando visitó Alicante allá por 1985 («No recordamos los días, recordamos los instantes», frase de Césare Pavese que le robo al tricicle Carles Sans de su último artículo de El Periódico de Cataluña) formando parte de la Compañía CENITAT, compañía estatal que se creó para divulgar el teatro clásico entre los jóvenes; la compañía llevaba en repertorio varias obras y Juan, un jovenzuelo de apenas 20 años, intervenía en El gran teatro del mundo de Calderón de la Barca, ¡con un papel de una sola frase! Se representó en la Concatedral de San Nicolás, y nada hacía imaginar que con el tiempo se convertiría en uno de los más grandes actores del teatro español, que en estos momentos prepara la obra Sueños de Quevedo, para la Compañía Nacional de Teatro Clásico y bajo la dirección del minucioso Gerardo Vera. En abril, y durante un mes, en el Teatro de la Comedia de Madrid. Efectivamente, recordamos los instantes más que los días.

La Perla. «El secreto de una buena vejez no es otro que un pacto honrado con la soledad» (Gabriel García Márquez)

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats