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La noticia, la filtración o como se le quiera llamar acerca de los contactos que apuntan entre la Generalitat y el Gobierno de Madrid para tratar de desbloquear la situación absurda a la que, entre todos, se ha llegado es por fin un atisbo de sensatez entre tanta locura. Bueno sería aprovechar esta oportunidad, que puede ser la última, para que se enderece una historia retorcida ya hasta límites absurdos. Por desgracia no se parte de cero, no cabe hacer un borrón y cuenta nueva que en la política, y más aún en la política de estos últimos tiempos, resulta imposible. Se cuenta con toda una trayectoria ya demasiado larga de amagos, desafíos más o menos explícitos, fintas, amenazas y hasta chantajes que pesan, y mucho, a la hora de sentarse por fin a una mesa. Existe el riesgo bien evidente de que cualquiera de las dos partes, e incluso ambas, aprovechen la ocasión para tensar más aún el pulso bajo la coartada de las lí- neas rojas que, no se sabe por qué designio divino, impondrían unas condiciones de partida incompatibles entre sí y capaces de garantizar que por ese camino no se llegará a ninguna parte.

La línea roja del referéndum como condición irrenunciable se enfrenta a la línea roja de la imposibilidad legal (constitucional, en último término) de convocarlo. Son dos hechos ciertos en términos formales, unos a priori que imponen el choque de trenes entre los dos poderes legítimos de Cataluña y del Reino. Pero más allá de esa formalidad, que existe, lo cierto es que ni el referéndum es condición sine qua non, ni resulta imposible convocarlo. Podría hacerlo el Gobierno de Madrid pero ¿para qué? ¿Para salvar los muebles? ¿De quién? La oportunidad que surge ahora debería encaminarse a resolver el problema real y no el que ha sido creado de forma artificiosa.

Es del todo real que la Constitución, en su forma presente, no sirve para articular el Estado de las autonomías, en particular el encaje de Cataluña en España. Pero esa realidad, imagino que difícil de negar, no se resuelve pactando un referéndum; lo que resulta necesario es definir las nuevas reglas de juego y luego someterlas a su aprobación, ya sea en las Cortes o en una consulta de refrendo dirigida a la totalidad de los ciudadanos del reino. Eso, desde luego, no se va a lograr si se plantean las conversaciones -hipotéticas, de momento- insistiendo en que el referéndum, ya sea hacerlo o no hacerlo, es innegociable. Tampoco ayuda soltar que hay que hablar "de los problemas reales" de Cataluña, una frase que sería trivial, por lo obvio, de no ser utilizada como arma arrojadiza. Llega la última oportunidad y quienes han de decir cómo utilizarla deberían entender que de la eficacia con la que sean capaces de manejar este problema espinoso dependerá la forma en que van a pasar a la Historia.

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