Los perros, esos maravillosos animales domésticos, últimamente han sido noticia por episodios violentos, como el ocurrido hace pocas fechas en un pueblo de nuestra provincia, que ha llegado a causar la muerte de una persona. No cabe duda que la familia y entorno del fallecido en Beniarbeig tienen razones para ver en los perros un peligro potencial del que hay que protegerse. Su dolor, compartido por toda persona de bien, hace del suceso una trágica necrológica. Nada más cierto, pero como también nos tenemos que proteger de la violencia de nuestros congéneres, que aún en su racionalidad, son en algunos casos altamente peligrosos para nuestra integridad física. Como en nuestro mundo social, en el de los canes, hay individuos que tienden más a la agresividad que otros, pero hay un factor determinante que tergiversa, en perjuicio de los perros, la premisa: a algunos de ellos se les entrena específicamente para atacar, para la pelea, para destrozar, para matar a dentelladas.

Las páginas de sucesos están repletas de acontecimientos delictivos de carácter violento de personas a personas, sin distinción de sexo, edad o condición. Los de perros contra humanos, son casuales, distantes en el tiempo, muy lejos de lo cotidiano, me atrevería a decir excepcionales. Mi experiencia con los perros, no llega más que a tenerlos en casa, con «Traka» van tres, desde su más tierna infancia, cuidarlos como un miembro más de mi familia, e intentar corresponder a su fidelidad, cariño, obediencia, alegría y silente compañía con la que te alegran todos y cada uno de los días de su datada existencia. Cuando hablo de ellos en general, y de los que han pasado por mi vida en particular, no puedo evitar que me salga un alegato tan vehemente como sincero a su favor. Sé que no soy del todo objetivo, pero ello no me impide intentar ver las cosas desde un prisma racional, que es de lo que se trata cuando hablamos del comportamiento de las personas, no tanto del que se exige de los perros, y el comparativo de unos y otros.

Es indudable que la postura agresiva de algunos perros, gruñendo, enseñando los dientes, amenazando nuestra integridad física ha de dar miedo, en muchos casos, dependiendo de la persona, hasta pavor. Pero no es menos cierto que una persona chillando, con una navaja en la mano, insultándote, amenazándote, lanzado navajazos al aire, no te cause el mismo pánico o más que el perro en disposición de atacarte. La esencia del perro doméstico es acompañar al hombre, defenderlo, no atacarle indiscriminadamente y menos sin motivo alguno, cuando se comportan de ese modo suele estar detrás la mano humana, que tiende a usar la agresividad de los perros, como la que tiene cualquier animal en potencia incluidos los humanos, para su particular beneficio. Las peleas ilegales de perros acaban por ser causa de la mayoría de los comportamientos violentos de esta naturaleza en los perros.

Llevamos conviviendo con ellos más de 9.000 años, hay unas 800 razas y su población mundial está en torno a los 400 millones de individuos. Todos tienen una relación íntima con los humanos. Nos hacen compañía, guardan nuestros bienes, nos ayudan en nuestros trabajos como perros pastores o rastreadores, los utilizamos en nuestras aficiones como perros de caza, nos ayudan en nuestras minusvalías como perros guías. Su interacción con los humanos está fuera de toda duda. Nos ayudan en perseguir delincuentes, drogas y en cataclismos, en los que tantas vidas humanas salvan entre escombros y desolación.

Son sin duda un bien a proteger, aunque solamente fuera por nuestra propia conveniencia, incluso por puro egoísmo. Están presentes también en nuestro vocabulario, con expresiones populares basadas en nuestras relaciones: perra vida, a perro flaco todo son pulgas, amigo y de fiel empeño es el perro con su dueño, el mismo perro con diferente collar, como el perro del hortelano que ni come ni deja comer, más vale perro que llave, no tengo padre ni madre ni perro que me ladre, perro ladrador poco mordedor? Pero quizás la frase que mejor refleja la relación asimétrica y desproporcionada en emotividad y entrega entre perros y humanos, la esculpió en negro sobre blanco Otto von Bismark: «Amo a los perros porque nunca le hacen sentir a uno que los haya tratado mal».