Si usted, querido lector, hoy domingo, está pensando en apuntarse a un partido, permítame que le dé algunos consejos caseros. Luego haga lo que le dicte el corazón, o el bolsillo, que algunos lo hacen por la pasta.

Conozco gente que su vida ha sido el partido. Antes de que los dientes de leche amenazasen con salir, algunos ya estaban inscritos en el partido con el ánimo de hacerse eternos. Y es verdad, algunos su única nómina la tienen, la han tenido, sólo de cargos del partido o asociado a cargos políticos. Su aportación a la sociedad, usted pensará bien, es más bien escueta. Le han sacado más partido al partido, vía las nóminas que han cobrado, que lo que han aportado al proyecto común, que es la sociedad.

Pero eso se supone que con los nuevos partidos está cambiando. ¿Verdad? Pues, no del todo. Porque muchos de los que vienen a los nuevos partidos han tenido algunos empleíllos antes. Pero hay muchos que están buscando acomodo, cómodo como es, entre las nóminas domiciliadas asociadas a la política.

Los verán disfrazados de grandes regeneradores de la res publica. Pero es más mentira que el mundo de Walt Disney. Se encaraman a los partidos nuevos diciendo que son diferentes, cuando son más bien iguales. Si no se les hace caso, porque algunos son unos impresentables y sólo quieren cobrar su pastuqui, dicen que son «los críticos». Cuando pierden una votación interna dicen que no se respetan las minorías. O dicen que hay rodillo, solo para ocultar sus verdaderas entrañas.

Cultura de partido no tienen, porque sólo les interesa la democracia cuando la manejan para sus fines, que son vivir de ella. Es una patraña muy grande que haya gente que crea que vamos a tragarnos sus mentiras tópicas. Por supuesto, son incapaces de reconocer que los hemos descubierto. Su estrategia siempre es alzar la bandera de «su democracia», que no suele coincidir con la mayoría.

No tienen cultura de partido, excepto cuando ellos manejan el partido. Son capaces de grabar a otros, de manejar la información para mentir, y de deslegitimar las votaciones que no les amparan en sus tropelías. Personajes así, los hay en todos los partidos. Los nuevos partidos han de luchar con más fuerza contra esta lacra.

Tener cultura de partido es aceptar que las cosas se cambian desde la democracia que el propio partido dibuja. Cuando uno no compite, o habla fuera de los foros internos de debate, siempre anda buscando la sonrisa cómplice de otros perdedores que no encuentran su lugar.

Siempre es la misma retórica. Se arrogan la disidencia pero no sueltan el pastizal mensual que se llevan, algunos votados indirectamente por sus concejales. Siempre sueltan frases ingeniosas para justificar sus tropelías. Que muchas veces es el trasnfuguismo: «me quedo para cambiar esto», «me quedo porque me ha votado el pueblo», y otras sandeces de esa guisa.

Al final, la cultura del partido, la que sea, está supeditada a su propio interés. A la propia justificación de por qué transgredes las normas democráticas para sobrevivir. Y esa supervivencia es su vacuna. Ande yo caliente, y ríase la gente, habrán de pensar. Porque quedarse con la paguica todos los meses es la constatación de que el dinero arregla las cabezas de estos indocumentados.

Suelen darse de baja del partido que los ha apoyado pero nunca renuncian al ingreso mensual del dinero. Su propia esquizofrenia los hace fuertes en sus mentiras. Siempre encuentran una banda de loquitos que los apoya en internet, o les monta un partido, como juguete roto de los nuevos tiempos.

Será difícil luchar contra los incultos del partido. No porque haya que enviarlos al colegio. La cultura de partido no es vivir de él, sino entender la decencia para manejarse dentro de él. Cuando esas normas se quiebran solo les queda esperar su propio entierro, político. Que tarde o temprano llega. Y entonces, solo entonces, esos mismos traidores se preguntan qué han hecho mal. Y en su propio relato mentiroso, se miran al espejo y vuelven a mentirse a sí mismos. Porque la patología es del ser humano, no del partido. El que trae la mentira a su propia realidad no puede exigir al partido una nueva forma de relación. Cultura de partido es no mentirse a uno mismo.