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Juan R. Gil

Begin the begin

Saben aquel que dice que va un señor por Valencia y de repente exclama: «¡Voy a vertebrar la Comunidad! En cuanto tenga un ratito libre bajo a Alicante y les digo lo que tienen que hacer»... Sí, bueno. Seguro que lo saben. Llevan tanto tiempo escuchándolo como años lleven viviendo del Mascarat hacia abajo, ya sea en la versión «la verdad es que los mejores arroces son los de Alicante ;)», en la de «pedimos un vino de Alicante, ¿no? :)» o en la de «si vosotros quisiérais, arrasábais con Valencia, vosotros sí que sabéis (!)». El fallo de todo buen vertebrador valenciano es precisamente ese «vosotros», distinto del «nosotros» que sería lógico esperar de cualquier discurso sinceramente unificador. Esta comunidad vive atrapada desde los años 60 en un bucle que va permanentemente del «Nosaltres, els valencians» fusteriano y norteño, al «Alacant a part» de Josevicente Mateo, escrito en castellano para que fuera publicado en catalán por un Josevicente hijo de su tiempo y sus circunstancias. Más de medio siglo, y no hay manera de avanzar, oye.

Cito a conciencia a Fuster y Mateo, a sabiendas de que apenas quedan, entre nuestros prohombres, quienes los hayan leído, porque el último de los ejemplos de todo lo que no se debe hacer lo viene proporcionando el presidente de la CEV, Salvador Navarro, hombre que desliza en sus conversaciones que no fue a la Universidad -en los currículums oficiales, sin embargo, la cuestión se disimula, así que es un asunto que debe importarle, aunque a mí particularmente no me dé frio ni calor-, pero de cuya preparación intelectual no sólo nadie de los que ahora se pasan el día hablando de él duda, sino que muchos la destacan como su mejor virtud en contraposición, dicen, a quienes hasta aquí han regido los destinos de las patronales.

Les resumo: Navarro es presidente de la CEV, una de las tres organizaciones empresariales provinciales de la Comunitat, concretamente de la de Valencia. Esas tres patronales provinciales, independientes entre sí, decidieron a principios de los años 80, cuando aún no habíamos elegido ni el primer Consell democrático, crear un ente autonómico que las representara, llamado Cierval, y que más de tres décadas después aprobó esta semana su liquidación por quiebra. De inmediato, Navarro anunció que su organización provincial pasa a convertirse en autonómica. ¿Por qué? Porque él así lo ha decidido. ¿Cómo? Cambiando sus estatutos para darse a sí misma esa consideración. ¿Cuándo? Este próximo viernes. O sea, sin dejar siquiera tiempo a enterrar al muerto, Cierval, que ese día, legalmente, seguirá de cuerpo presente. Menos mal que no es el 15, seguro que los amantes de la historia, la literatura o incluso el cine (fascinante el Marco Antonio de Brando) saben a qué me refiero.

¿Es necesaria una organización patronal autonómica? Bueno, sería la primera pregunta a hacerse porque, si se analiza bien, tal como se plantea parece más una cuestión de comodidad que de estricta urgencia. En tanto que tienen capacidad legal para negociar, junto con los sindicatos de clase, convenios provinciales, las organizaciones empresariales provinciales sí tienen un papel claro. ¿Las autonómicas? El que se les quiera dar. ¿Hablar frente a la Administración con una sola voz? La Administración autonómica dialoga o discute con muchas voces -los tres presidentes de las diputaciones, los tres alcaldes de las capitales, las tres autoridades portuarias... sólo por hablar de tríos-, y la del Estado ni te cuento. Es su obligación. ¿Que a un conseller o un delegado del Gobierno le resulta más cómodo tenerlo todo a mano? Lo entiendo. Entre otras cosas te ahorras lo de los mejores arroces, lo del vino y lo de vosotros, los de Alicante, etc., etc.; pero convendrán conmigo todos -incluso los consellers y/o delegados del Gobierno-, que la comodidad no puede ser argumento en esto. ¿Que a un dirigente empresarial le queda mejor el traje si en la mesa de la CEOE se sienta como representante de toda la Comunidad que si lo hace sólo en nombre de Valencia, por mucho que Valencia sea? También es comprensible. Pero no justifica la que se está montando.

No crean que me tomo el tema a guasa. Claro que el asunto es serio. Se trata nada más y nada menos que de que alguien se arrogue una representatividad que todavía no se ha ganado, así que fíjense si tiene calado. Precisamente esa es la cosa: Salvador Navarro, de quien nadie duda que pudiera ser un buen dirigente autonómico empresarial, tendría que revisar sus pasos, porque las contradicciones entre el discurso y la práctica son excesivas. Para muestra, ahí va media docena:

1. Dice no querer dependencia política alguna, pero ha mimado la relación política hasta el punto de ser el único empresario que el que suscribe conoce por el que literalmente hacen campaña todos los partidos del arco, desde el PP a Podemos, pasando por Ciudadanos, Compromís y el PSPV. No exagero. Doy fe.

2. Dice tener derecho a capitanear la nave de la nueva organización autonómica porque su provincial es la única que no está hundida, pero es vicepresidente de Cierval, así que algo tendrá que ver con su duelo y quebranto, digo yo.

3. Dice que las patronales no deben depender de fondos públicos, pero en su plan éstos pueden llegar hasta el 60% de los ingresos, lo que no parece poco.

4. Dice querer unir, en lugar de dividir, pero no se limita a plantar su banderín de enganche y que cada uno libremente se apunte, sino que lleva año y medio moviéndose por Alicante para afiliar empresas a su proyecto, justo en el momento en que las patronales de Alicante y Castellón peor estaban, es decir, aprovechando -los clásicos dirían que torticeramente- su debilidad. ¿Como vicepresidente de Cierval, su afán no debería haber sido emplear ese año y medio en salvarla o, sensu contrario, dimitir del cargo y, entonces sí, trabajar para sí mismo?

5. Dice que no hay provincias, sino comarcas, sectores y empresas, pero quiere crear consejos provinciales dependientes, cómo no, de Valencia.

6. Dice que es hora de transparencia, pero va a fundar este viernes, sin tiempo a pensar, una autonómica de la que no sabemos cuáles son sus normas, cómo se toman las decisiones, qué ponderación se establece en su asamblea o cuál es el mecanismo mediante el que se elige su ejecutiva o su presidente. Claro como el agua.

Los empresarios, en tanto que segmento representativo, lo han hecho hasta aquí fatal. No son los únicos: ni los políticos, ni los periodistas, ni el gremio que me pongan como ejemplo, sea cual sea, lo hemos hecho mejor. Y Salvador Navarro no es, desde luego, el malo de ningún dramón. Pero de ahí a pretender ser el chico de la película media una distancia que se tendrá que currar. Porque tiene un problema: es suficiente con que un sector empresarial de Alicante diga no, para que su condición de líder autonómico esté en permanente cuestión. Y basta con que dos recorran los escasos 80 kilómetros que separan Alicante de Murcia y se sienten en una mesa con la CROEM a decir eso de «la verdad es que arroces, como los que hacéis en Murcia, ninguno», para que tengas a toda Valencia histérica gritando aquello de «¡Quieren resucitar el Sureste!». ¿Que no? Sí, hombre, sí: es el final del chiste con el que comenzaba este artículo.

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