La propuesta anunciada conjuntamente por el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, y el alcalde de Alicante, Gabriel Echávarri, de liberar del tráfico rodado la fachada marítima de Alicante a su paso por Conde de Vallellano, para ampliar así la Explanada y el paseo de Canalejas, desviando el tráfico por el puerto y llevando a cabo un túnel bajo el mar para unir el muelle de Levante y Poniente, ha cosechado importantes rechazos hasta el punto de poder pasar a engrosar el amplio catálogo de iniciativas fracasadas que esta ciudad acumula en los últimos años.

Comparto la necesidad de que Alicante cuente con proyectos audaces que movilicen a la ciudadanía y sean capaces de transformar su futuro, abandonando de una vez esa sensación que tenemos de que la ciudad es un barco a la deriva y sin rumbo que lucha simplemente por mantenerse a flote. Sin embargo, la trascendencia de este proyecto y su enorme repercusión se antoja incompatible con la precipitación con la que parece haberse anunciado a bombo y platillo, a juzgar por el desconocimiento que se tenía del mismo por la Autoridad Portuaria, los socios de Gobierno del alcalde así como todos los agentes y entidades relevantes de la ciudad. Exponerse a que esta iniciativa pase a engrosar la ya larga lista de ocurrencias fallidas no es bueno para la autoestima social de una ciudad, necesitada de recuperar su orgullo y mirar con ilusión hacia un futuro incierto.

Cuando se repasa el amplio listado de propuestas municipales frustradas, anunciadas en su día con el máximo despliegue informativo como intervenciones revolucionarias que transformarían la ciudad y nos conducirían por el camino de la felicidad y la prosperidad, comprobando por el contrario que fueron mentiras o un auténtico fiasco, tenemos que pensar a la postre en el escaso respeto que se nos ha tenido a los alicantinos, como si fuéramos capaces de alimentarnos con patrañas de la peor calidad. Empecemos recordando el cuestionado Plan Rabasa, anulado definitivamente por los tribunales, que prometía construir 13.500 viviendas sobre cuatro millones de metros cuadrados propiedad de Enrique Ortiz y que llegó a abrir una oficina junto al Ayuntamiento para inscribir a ingenuos compradores de unas inexistentes viviendas. En la misma línea, ocupa un lugar importante el Palacio de Congresos, que Luis Díaz Alperi quería edificar primero en el Benacantil, hasta que la justicia lo impidió al recordar que las faldas del castillo eran un BIC protegido, pero cuyo proyecto fue posteriormente trasladado a los terrenos de la Sangueta, contando hasta con una maqueta que reproducía los techos dorados que se dijo se verían mar adentro, siendo otro de los sonados fiascos. También se prometió una grandiosa Ciudad de la Justicia cuya primera piedra se anunció con insistencia para 2010 y que nunca se llevó a cabo, la reforma del Rico Pérez con su correspondiente proyecto arquitectónico de relumbrón, un teleférico que uniría la playa del Postiguet con el castillo de Santa Bárbara, una inconmensurable Chinatown que sería la mayor de Europa donde se concentrarían negocios regentados por asiáticos; un buque tienda en el puerto que sería un gigantesco «duty free», así como una fabulosa noria en la bocana del puerto, sin olvidar la propuesta inicial de Alperi de soterrar el tráfico a su paso por Conde de Vallellano con un largo túnel que permitiera así peatonalizar toda esta vía. Y es que, a la postre, si todo el esfuerzo y el dinero que se ha puesto en tanto disparate quimérico se hubiera dirigido a mejorar la vida de los alicantinos, nuestra ciudad despuntaría actualmente entre las capitales mediterráneas.

Se entenderá, por ello, la necesidad de que desde el Ayuntamiento surjan proyectos cabalmente convincentes y urbanísticamente factibles, con un enfoque estratégico de ciudad así como con capacidad de movilización social y económica, algo que no parece tener la propuesta de Echávarri avalada por Puig.

No se entiende bien que cuando se está trabajando en un Plan de Ciudad 2016-2024 y en la revisión del PGOU surja esta propuesta aislada y puntual que cambiaría radicalmente aspectos esenciales de Alicante. Se habla de desviar el tráfico en lugar de reducirlo sustancialmente mediante una apuesta revolucionaria por un renovado transporte público, como han hecho otras ciudades europeas. Se pretende actuar sobre una zona turística muy precisa olvidando otras zonas del Centro que están abandonadas y necesitan con urgencia de intervenciones ambiciosas y radicales, como el Barrio, con un enorme potencial pero que en algunos lugares parece haber vivido una guerra, la zona de la Sangueta, más propia de los suburbios del desarrollismo de los sesenta del siglo pasado, o San Antón, un distrito tan olvidado como degradado urbanística y socialmente, por poner algunos ejemplos.

Es cierto que Alicante necesita ambición de futuro, pero sobre ejes, proyectos y perspectivas globales que intervengan sobre la ciudad en su conjunto y entiendan la exigencia de llevar a cabo actuaciones urgentes sobre áreas extremadamente degradadas que requieren de apuestas estratégicas e imaginativas.

@carlosgomezgil