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Jesús Javier Prado

Los dos miedos

Pocas cosas debe haber tan terroríficas como ser chica (o chico), tener catorce años e ir muerta de miedo al instituto, un día tras otro. Ir muerta de miedo porque sepas que te van a insultar, porque sepas que te pueden pegar, porque sepas que te pueden seguir a la salida hasta tu casa, para saber dónde vives. Zorra, guarra, puta, la gente se descojona de tí por la cara que tienes, estás gorda como una vaca: estas y otras lindezas se oyeron grabadas en el programa que Proyecto Bullying dedicó el pasado martes para exponer el caso de una cría acosada día a día por cafres que parece que no tienen nada mejor que hacer que joder la vida a sus iguales.

Para darnos cuenta de la fortaleza mental que hay que tener para no sucumbir a la negrura que supone el acoso, la chavala hacía de tripas corazón y hacía caso a las erróneas recomendaciones de su madre («no te hagas notar, sé invisible, vete a la biblioteca en el recreo...») que no hacían más que aislarla y seguir empujándola al infierno. El programa, presentado por un convincente Jesús Vázquez, seguramente no es perfecto: dado que estamos hablando de menores, la fiscalía impuso unas duras condiciones a Mediaset para su emisión (no se puede ver en pantalla la cara de la menor, ni la de sus compañeros de clase, ni las grabaciones hechas con cámara oculta en su mochila donde la insultan -sí su audición, aunque se han de distorsionar las voces- ni saber en qué centro ocurre, ni en qué ciudad está). Todo eso da como resultado un visionado que añade tenebrosidad a un tema que ya de por sí te revuelve las tripas, te hace llorar y te provoca insomnio, todo a la vez. Pero consigue su objetivo: sin efectismos baratos ni tratamientos burdos, te presenta una realidad que existe, y que activa y genera los dos miedos permanentes que tenemos los padres cuando dejamos a los críos en las escuelas: el primero, que tu hijo pueda sufrir algún tipo de acoso o abuso. Y el segundo (mayor y peor aún que el primero), que sea tu hijo -por irresponsabilidad y falta de madurez por su parte; por falta de educación y labor de sensibilización por parte de los padres; por gregarismo de grupo fatalmente entendido. O por simple y pura maldad, o falta de empatía- quien participe en dichos acosos.

Uno de los aciertos de Proyecto Bullying es utilizar el testimonio de gente conocida para contar su experiencia. En el del martes pasado salió la actriz alicantina de Aquí no hay quien viva, Vanessa Romero, quien contó que de pequeña la tiraban por las escaleras de su colegio: básicamente por las envidias que provocaba ser un bellezón inusual a su edad («Me tuve que convencer de que yo no era culpable de tener el pelo rubio, o unos ojos claros y grandes»). A cualquiera le puede tocar, y por cualquier cosa. En la medida que los chicos y chicas que lo sufren sepan -a través de un altavoz tan potente como es un programa en prime time en televisión- que no están solos ni que son los únicos que sufren, se les ayuda. Pero de poco valdrá -y no será más que un fogonazo- si los padres no ejercemos como tales y dedicamos tiempo, vehemencia y palabras en casa a este tema, y los centros escolares no ponen la mejor de sus energías en vigilar este problema.

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