Hay personas que tienen la afición de leer las esquelas mortuorias, comprobando el número de hijos, si estos viven o no, y a veces meditar sobre algunas frases de cariño que le dedican sus deudos al difunto. He de ser sincero que, aunque no soy muy aficionado a ello, la curiosidad me hace caer en la lectura de esos textos necrológicos. Sin ir más lejos no hace mucho, me llamó la atención una de estas cariñosas frases que no termino de interpretar. La frase en cuestión que aparecía debajo del nombre del finado decía: «Murió viviendo». Por lo que rápidamente pensé que si falleció era porque vivía. Sin embargo, hay muchas formas de morir, pero la más recurrente en canciones y en la literatura es la de amor. A veces, los presos le echaban imaginación al asunto y su creatividad les incitaba a pergeñar unos versos. Este es el caso que nos narra Justo García Soriano, de aquel que en un cuarto existente en el Colegio Santo Domingo, en uno de los aledaños del lugar en el que se encontraba la biblioteca, destinado probablemente como calabozo de los frailes del convento de los dominicos o utilizable para los reos de la Inquisición. En la parte interior de la puerta de acceso aparecía escrita la siguiente redondilla: «Todo es uno para mí/ esperanza o no tenella;/ pues si hoy muero por vella,/ mañana porque la vi./»

No sabemos si el reo moriría de amor o viviendo de amor. Lo cierto es que en otros casos, una vez que se «estira la pata», tal como se dice en el argot popular, la familia lo anunciaba cómo podía según cada época. Hoy se comunica por Whatsapp o e-mail, o por la Prensa. Hace más de un siglo, en los periódicos locales oriolanos no sólo se recogía la esquela o el recordatorio del aniversario del fallecimiento sino también, a modo de gacetilla, se daba cuenta de ello y del sepelio. En el primero de estos caso, el 3 de enero de 1927, en «El Pueblo» se incluía una esquela recordando el cuarto aniversario del fallecimiento de Federico Linares Martínez de León y anunciaba que todas las misas que se celebrasen el día 8 en la catedral cada media hora de 8 a 12, serían aplicadas por «el eterno descanso de su alma». En ese mismo periódico, como noticia de actualidad se daba cuenta del fallecimiento el último día del año 1926, de la esposa de Francisco Román Grech y se describía el entierro, cuya presidencia la ostentó el alcalde Francisco Díe Losada, e indicaba que las cintas que pendían del féretro eran portadas por Andrés Pesceto Román, Jesús Román Lacárcel, Tomás Guillén Román, Carlos Román Díe, Luis Díe Aguilar y Francisco Germán Ibarra.

A veces, en este sentido se hacía referencia a la asistencia de numerosas representaciones de todas las clases sociales, como en el de la «virtuosa y respetable señora doña Acacia Rufete, viuda de García de Burunda», en diciembre de 1930, a cuya conducción de su cadáver asistió numerosa y distinguida concurrencia. Con ello, de alguna manera, se convertía en un acto social más.

Pero retomando, lo que en un principio apuntábamos sobre una posible interpretación de «murió viviendo», era frecuente que se añadiera las frases «después de larga y penosa enfermedad» o «víctima de larga y traidora enfermedad». Otras veces se destacaban las virtudes del finado, en este caso finada, como María Zechini, viuda de Díe, fallecida el 11 de abril de 1927. De ella se indicaba, que, «por la casa mortuoria desfilaron ante el cadáver de la caritativa dama todos los pobres de Orihuela que, arrodillados, lloraban y besaban las manos que tantas lágrimas enjugaron y tantas necesidades socorrieron».

R.I.P., o sea «requiescat in pace», o lo que es lo mismo descanse en paz, porque murió viviendo.