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Antonio Sempere

Desnúdame

Atención, que aquí no hay desnudos integrales, a la manera de Adán y Eva. Los participantes mantienen su ritual en ropa interior. Sin embargo, la incomodidad de la situación es más palpable. La sencillez de la puesta en escena, apenas una cama grande, y un fondo negro por todo decorado, aportan una sensación de claustrofobia que a veces se traduce en los rostros de los «concursantes», que parecen pensar 'quién me mandaría a mí meterme aquí'. Puede que sea lo más interesante de la experiencia. Cuando la televisión nos ha acostumbrado a todo tipo de impudicia, introduciendo las cámaras incluso en las supuestas noches de bodas de unos casados a primera vista, llega Desnúdame y se atreve a colocar las cámaras en un plató desabrido donde, a bocajarro, de buenas a primeras, un participante tiene que desnudar al otro, y el otro al uno. Y seguir las instrucciones de una voz anónima: 'acostaros', 'besaros en el cuello', y así hasta donde el guion llegue. Y nosotros, desde casa, sin perder detalle de lo que no se dice, que en estos casos siempre es más importante y significativo que lo que se dice. Ay, el lenguaje gestual.

Un debate pertinente sería plantear que es más inmoral, si la existencia de un programa como éste (más visto que muchos formatos de La 2) u Hora punta en la televisión pública.

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