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Manolo Alarcón

Condenas y torturas

Hace tiempo que discrepo con muchos abogados de políticos de cómo gestionan las defensas de sus clientes cuando estos llevan camino de ser condenados por cualquiera de las infinitas modalidades que tiene la corrupción. Pienso que ese manido consejo que les dan a todos y por sistema de «no contestar» a las preguntas de las acusaciones; es decir, de responder sólo a aquello que ellos les pregunten y que, por supuesto, estará previamente preparado, no servirá para mucho más que para alargar su agonía, ralentizar el procedimiento durante meses, quizá años, y con ello obtener un supuesto bien superior: cuando sean condenados podrán esgrimir ese valiosísimo argumento tan habitual en nuestra lenta Justicia de solicitar una reducción de la pena por dilaciones indebidas. Una estratagema. Si les preguntan que por qué lo hacen te dicen siempre lo mismo: que son legos y siguen los consejos de sus abogados. Y uno, dentro de su inocencia, puede intentar convencerles de las ventajas que tiene sentarse delante de un juez y contarle la verdad, de hacerles ver la oportunidad que han perdido de defenderse, pero nadie escucha. Así han acabado durante los últimos años varias conversaciones tanto con unos (los políticos) como con otros (los abogados). Y yo me he ido pensando que sólo estaban cavando su propia tumba (política) y ¿ellos? no lo sé. Uno los ve y piensa que cada día que les queda hasta que llegue esa sentencia firme lo van a pasar sin poder pegar ojo, dando vueltas a la cama sin saber si les absolverán o les condenarán. Una tortura infinita por mor de seguir los consejos de sus abogados... También es cierto que, a cambio, seguirán manteniendo su estatus y su sueldo público, podrán clamar su inocencia y llamar «perro judío» al que les acuse de corruptos. Sí, y les debe compensar. Pensaba todo esto viendo bajar del coche en los juzgados de Palma a Iñaki Urdangarín, quien obtuvo ayer un plácet: no ingresará en prisión hasta que se resuelva su recurso y, como no va a darse a la fuga, puede mantener su pasaporte porque, al fin y al cabo, tiene escoltas que lo acompañan todo el día y no existe riesgo de que les dé esquinazo. No sé si Iñaki se mirará al espejo y se seguirá viendo inocente pero, a diferencia de mis políticos, seguir los consejos de sus abogados no es una tortura para él sino para su cuñado. Y esta no terminará antes de 2018, cuando se pronuncie el Supremo.

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