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Tomás Mayoral

El papelito y el papelón

Voy a resistirme a sentenciar el asunto como el otro día sentenciaba en Twitter un ex primer ministro de Suecia, Carl Bildt, la ocurrencia de Trump sobre «el grave incidente» que había afectado al país nórdico en materia de inmigración: «¿Qué se ha fumado?». Voy a resistirme porque aún me quedan un par de gramos de confianza en que nuestros dirigentes no van más allá del pelotazo de té con pastas antes de exponerse (nunca mejor dicho) a la opinión pública, representada (creemos que bien) por los periodistas en una rueda de prensa tras una reunión al más ¿alto? nivel. Hablo del momentazo del pasado martes en nuestro Ayuntamiento. Dos hombres y un proyecto. La foto que ilustró la primera de este periódico lo dice todo. El alcalde Echávarri con el papelito entre las manos, como un maletilla que se esconde del morlaco de la prensa con un capote demasiado pequeño como para ser llamado engaño. El presidente Puig, plantado y al quite, esperando cualquier tropiezo del diestro para asistirle en el momento aciago del peligro. Y, en lontananza, como el fondo de escenario solemne de una ópera de Wagner, la revolucionaria idea de ampliar la Explanada, desviar el tráfico por la zona Volvo y hacer un túnel subterráneo. Y todo por 30 millones de euros. Como no voy a reiterar la duda de Carl Bildt, solo se me ocurre preguntar: ¿de qué hablaron realmente esa mañana Gabriel y Ximo?, ¿qué inconfesables secretos trataron en esa reunión para necesitar ocultarlos con una cortina (de humo) que no llega ni a trapo de cocina? La crónica de los hechos, hábilmente engarzada por Carolina Pascual en estas páginas, decía que Echávarri arrancó el compromiso a Puig de apoyar el papelito, es decir, el proyecto. Nunca un verbo estuvo tan bien utilizado para definir lo que tuvo que ser aquello: un acuerdo «a la cera» que debió dejar la epidermis del president dolorida, pero lisa como un jaspe.

No era difícil descubrir la tramoya y comprobar que detrás del soberbio proyecto no había nada. Dudamos aquí primero y en primera, pero fue Juan Antonio Gisbert, en nombre de la muy concernida pero poco consultada Autoridad Portuaria, quien se permitió ayer hacerlo con regodeo mientras profundizaba en las diferencias ontológicas entre lo imposible y lo inviable. Lo difícil es entender qué sentido tenía el papelito, el papelón y el desplante poco torero a la inteligencia del respetable. ¿Respetable? Tal vez sea eso.

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