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Óscar R. Buznego

La democracia cristiana se confiesa

Lavilla atribuye el mérito del proceso a Suárez y niega el guión de Fernández Miranda

En su Informe sobre el cambio político en España, una fuente inagotable de datos e hipótesis, Juan José Linz apunta la existencia de dos ideologías sin partido, el liberalismo y la democracia cristiana. En realidad, hubo en la transición varios partidos que se definieron con una de las dos etiquetas, llevándola incluso en su denominación, pero no tuvieron éxito y acabaron disolviéndose o integrados en UCD, corriendo distinta suerte. Los analistas coinciden en adjudicar al Equipo de la Democracia Cristiana la mayor derrota en las elecciones de junio de 1977, mientras que en cambio los otros democratacristianos pudieron participar de la victoria lograda por la coalición centrista. Lejos de caer en el olvido, el fiasco de los primeros aún provoca debate en algunos rincones de la política española.

La imposibilidad de actuar unidos en aquellos años contrasta con su presencia constante, aún en un segundo plano, en la esfera política. A ello han contribuido numerosos dirigentes, que no han dejado de ejercer cierta influencia en amplios sectores de la opinión pública. Brillantes, con provechosas carreras profesionales en la mayoría de los casos, los democratacristianos más destacados intervienen con frecuencia en foros universitarios y cívicos, o a través de los medios de comunicación, y han sido generosos a la hora de poner por escrito su experiencia y sus reflexiones políticas.

Entre las novedades de las librerías todavía se pueden encontrar Memorial de transiciones, el larguísimo y prolijo testimonio de Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona (Galaxia Gutenberg, 2015) y La mirada sin ira (Almuzara, 2016), un relato autobiográfico de Javier Rupérez. Landelino Lavilla pertenece a aquella generación irrepetible que estableció la democracia en España. Dice de sí que no es ambicioso y que, por tanto, quizá tampoco sea político. Confiesa que más de una vez estuvo tentado de abandonar porque algunas actitudes que también son parte de la política se le hacían insoportables. La discreción ha sido su norma de comportamiento en la vida y en el poder. Durante el franquismo, no quiso malgastar esfuerzos inútiles en precipitar las cosas que pensaba que habrían de suceder a su debido tiempo. Y en febrero de 1983, tras consumir todas las energías en el intento de mantener a flote el barco de UCD que se hundía, arrojó la toalla, para no volver a la política. Letrado del Consejo de Estado con el número uno en la oposición, se inició en los círculos juveniles de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, europeístas y monárquicos, perteneció al núcleo fundador del grupo Tácito, embrión del PP y de UCD, y fue ministro y presidente del Congreso. Es académico de Morales y Políticas y de Legislación y Jurisprudencia.

En el libro recién publicado enhebra las decisiones políticas con las reformas legales que, combinadas ambas, permitieron la transformación de la dictadura en una democracia sin quebrar el orden político. La exposición de Lavilla parece consabida. El mismo adelantó varios de los argumentos más poderosos en una entrevista concedida a Silvia Alonso Castrillo para su tesis doctoral sobre UCD y en diversos artí- culos de prensa. Sin embargo, está destinada por el contrario a alimentar la inacabable discusión sobre el cambio democrático que tuvo lugar en España. La distribución que hace de los méritos de la transición contiene la mayor carga polémica: "Torcuato Fernández Miranda no fue el director de aquella operación política. Afirmo por ciencia cierta que fue plena la dirección del presidente Suárez".

Lavilla cuenta que el jefe del gobierno llevó un papel que podía ser de Torcuato a una de las reuniones, pero el contenido fue modificado posteriormente en profundidad bajo su dirección, resultando una Ley para la reforma política muy distinta a la del primer borrador. Lavilla transmite a lo largo de todo el libro la seguridad de que su equipo tenía el objetivo irrenunciable de la democracia y un plan diseñado hasta el mínimo detalle, que fue ejecutado con absoluto rigor y acierto. En efecto, el proceso se desarrolló tal como había sido anticipado en los artículos de Tácito para el "Ya" y el resto de periódicos de Editorial Católica. Tal fue la meticulosidad con que trabajó el ministerio de Justicia en la estrategia reformista durante el año decisivo que transcurre entre el nombramiento de Suárez, en julio de 1976, y la celebración de las elecciones generales, en junio de 1977, que, según desvela Landelino, tenían dos planes perfectamente dispuestos para el caso de que la reforma política fuera rechazada, con sus respectivas consecuencias previstas. Uno contemplaba la continuidad de Suárez al frente del gobierno y otro su dimisión.

En Lavilla no hay asomo de duda de que el destino de su generación era la democracia. La querían y querían ser ellos los protagonistas de su asentamiento en España. Su estrategia fue la reforma, y la táctica empleada el consenso. Lavilla considera que el éxito, indiscutible, debe ser compartido. En la actualidad, a sus 82 años, declara sentirse preocupado, que no ocupado. Observa con inquietud cómo después de décadas de bipartidismo y estabilidad se han ido imponiendo las fuerzas centrífugas y la dinámica política se desplaza desde el centro hacia los extremos. Defiende el centrismo con igual convicción y el mismo ímpetu con que, literalmente, se arremangó para salvar a UCD del desastre, primero enfrentándose a su admirado Suárez por el liderato del partido y luego negándose en rotundo a engrosar la "mayoría natural" bajo el mando de Fraga. Pero entona el mea culpa por no haber logrado crear en el interior del partido el clima de convivencia conseguido entre los españoles. Lavilla cierra el libro con puntos suspensivos. Es un saludo al futuro desconocido. El tiempo pasa y la figura de los grandes políticos de la transición no deja de crecer.

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