Con la Justicia pasa lo mismo que con Hacienda. A sus espaldas la ponemos verde pero si nos llaman con nombre y apellidos, nos citan con sellos y membretes, nos entran los siete males, los sudores de la muerte. Nos vamos de varilla irremediablemente. Es la diferencia entre pontificar sujetando barras y firmar como el guerrero del antifaz, y dar la jeta para que te la partan con la medida restablecedora del orden jurídico que consideren. En lenguaje llano: te ponen mirando para Cuenca y eres sujeto pasivo, y sin miramientos, de la legislación vigente.

Tengo una fiel seguidora ?una al menos? de lo que escribo en INFORMACIÓN. «Me gusta cuando, en los artículos, echas mano de tu archivo vivencial».

Echo mano de ese archivo. Daba sus últimos pasos el gobierno de Felipe y yo andaba, día y noche, dedicado al asunto de aquellos chicos malos de los que hablaba Arzallus con lenguaje paternal y comprensivo.

No revelaré ningún secreto. Los jubilados somos escoria, gentes sin futuro que lo mejor que podemos hacer es morirnos cuanto antes para equilibrar los presupuestos. Estamos autorizados ?como los periodistas? a no revelar nuestras fuentes. Subía al País Vasco un día sí y otro también y, cuando llamaba por teléfono a mis contactos, me identificaba: Soy Urdangarin. ¡Epaaa, Urdanga!, ?respondían al reconocerme?. Quedamos en el frontón. Y allá que iba yo, gilipollas, mirando a diestro y siniestro, acojonado y pensado que iba a salvar al país.

Ya lo decía, cogiéndome la mano como si yo pudiera sujetarlo en este mundo, Antonio Asunción, cuando se estaba muriendo hace justo un año: ¿Te acuerdas que nos creíamos importantes? Pues éramos una mierda, mira en lo que queda todo. Y pedí que le pusieran una inyección para calmar los dolores y se durmió para no despertar nunca. La resurrección ?dice David F. Strauss en su Vida de Jesús? se la inventaron los apóstoles porque no querían volver a trabajar. Como los políticos inventan gilipolleces y milongas para tenernos entretenidos y pacificados.

Vamos a lo que vamos. Urdangarin no era ni famoso, un jugador de balonmano como el que había decenas. Ese nombre me vino a la cabeza porque a la puerta de una cárcel que dirigí en el País Vasco había un taller de metalurgia, de torneros ?¡qué peligro ser tornero!? que se llamaba así. Acudan al kilómetro trescientos y pico de la nacional I, cerca de Miranda de Ebro, recién pasado el Condado de Treviño y comprueben si no se fían.

¿Por qué digo esto? Para dar satisfacción a mi seguidora con el archivo vivencial porque de Urdangarin no voy a decir nada. Por ahora. Está escribiendo de eso todo el mundo y, sin que haya tenido lugar la vistilla de medidas cautelares, no voy a entrar en la movida.

Cuando un pobre roba mil euros estamos ante un delito insoportable que necesariamente hay que perseguir porque nos va en ello la seguridad jurídica y el Estado de Derecho. Cuando un rico roba millones estamos ante una obra de ingeniería financiera, ante un lince para los negocios, un emprendedor, un generador de oportunidades, un hombre que hace falta para que la sociedad avance.

En mis mañanas desocupadas, pendiente del barquero Caronte para atravesar la laguna Estigia, leo INFORMACIÓN como primera obligación diaria. Varios empresarios, antiguos donantes ? dejaremos esto para un próximo artículo? se han ofrecido a cantar a coro lo que les pida el fiscal. ¡Qué poco duran las fidelidades eternas, cuando el fiscal ofrece una rebaja en la pena que pedirá! El «Blas Fridei» de las fiscalías.

Ha tenido lugar la vistilla que ha mandado a Picassent a los Correa y compañía, mientras que otros, condenados a penas importantes ?seis o nueve años de trullo no son ninguna broma? esperarán tranquilamente la firmeza en su casa. Conozco a fondo las cárceles, he cumplido más del doble de condena que De Juana Chaos por decenas de asesinatos. No me alegro de que nadie entre en ellas, pero siempre me ha asombrado que si uno se llama Gabarre Gabarre, Ahmed Abdelkrim, Jaramillo Restrepo? y no ha sido conseller, diputado, presidente de algo o afiliado significado de algo, tiene muchas más papeletas para entrar como las balas, que si ha sido cualquier cosa de las anteriores.

¡Hombre! ?dicen los juristas sesudos? en estos delitos no hubo violencia y hay arraigo social. Se llevaron no sé cuántos millones de euros pero Gabarre, aunque solo se llevó quinientos, sacó una navaja. ¿Qué cohecho va a perpetrar Gabarre, qué dinero público va a malversar, qué decisión injusta va a llevar a cabo adjudicando una obra a un «amiguete donante»? Gabarre solo puede decidir si se come el bocadillo que ha pillado, sentado en un banco de la plaza o en el suelo directamente.

La Escuela Crítica de Criminología es clara: Los poderosos imponen sus normas y las hacen para permanecer en sus privilegios. Por eso condenan más a Gabarre que a Urdangarin, Milagrosa, Matas o tantos otros. Por eso Gabarre espera la sentencia en la cárcel y ellos en su casa.