El flamante subcampeón de Copa del Rey, el equipo que se ha marchado de Vitoria por la puerta grande y habiendo conquistado el corazón de todos, tiene a quien parecerse. Salvando las distancias -sé que la comparación no le hace demasiada gracia a Pedro Martínez, pero sigo en mis trece-, Valencia Basket comparte similitudes en la filosofía de juego con los San Antonio Spurs, ganador de cuatro anillos de campeón DE LA NBA en este siglo XXI. Su entrenador desde 1996 (sí, han leído bien, 1996) es Gregg Popovich.

Pese a su fama de vinagre por la facilidad para responder de forma cortante en sala de prensa, es uno de los grandes técnicos de la historia del baloncesto. No solo por transformar un equipo perdedor en uno de los grandes referentes del basket USA en las últimas dos décadas, sino también porque ha sido capaz de ganar infinidad de partidos implantando su propio estilo de juego. Un ideario reconocible que se resume en la siguiente idea: «Si tienes un buen tiro, renuncia a él para que un compañero tenga un tiro excelente». La frase es de Popovich y perfectamente podría presidir el vestuario local de La Fonteta.

Porque así es como Valencia Basket se quedó el domingo a un tiro de ser campeón de Copa. Jugando en equipo. Con generosidad, con espíritu colectivo. Mientras Sergi Llull, el mejor jugador FIBA en la actualidad, tenía que recurrir a sus mejores suspensiones desde casi ocho metros para mantener por delante al Real Madrid, Dubljevic ponía un bloqueo para que Van Rossom iniciara el sistema en estático leyendo el pick and roll. La pelota llegaba a Rafa Martínez en el lado opuesto de la zona. El capitán, pese a disponer de una buena posición para lanzar a canasta tras el movimiento efectivo de balón, sacrificaba sus puntos hipotéticos y asistía a San Emeterio con pase extra para facilitar la canasta del alero cántabro, a quien una pantalla previa de Luke Sikma había despejado el carril central hasta el aro. Los cinco jugadores en pista interpretando una coreografía perfecta trabajada desde la pizarra. Baloncesto en estado puro.

Si hay que perder una final, todos elegiríamos hacerlo como lo hizo Valencia Basket en Vitoria. Cogiendo 16 rebotes más que el rival, valorando 115 (por los 103 del campeón), teniendo la posibilidad de ganar sobre la bocina, obligando a Llull o Randolph a jugar prácticamente 30 minutos. Ninguno de los doce jugadores a las órdenes de Pedro Martínez pasó de 24. Confundidos por el huracán estadístico importado de la NBA, los/las peques que crecen jugando entre canastas pueden interpretar el baloncesto como un deporte en el que el mejor jugador es el que más puntos mete. Y no siempre es así. No vamos a discutir ahora la importancia histórica de jugadores legendarios como Michael Jordan, Kobe Bryant o, más recientemente, LeBron James o Steph Curry. Pero la propuesta de Pedro Martínez o Popovich ofrece una dimensión diferente e igualmente legítima para llegar el éxito. La que explica el basket como un juego colectivo en el que sacrificarse en beneficio del compañero (tanto en ataque como en defensa) suele tener efectos altamente positivos.

Con este ideario, los Spurs de San Antonio ha reinado en la mejor liga del mundo. Siguiendo esos principios, el conjunto taronja tuvo el domingo el tiro ganador ante un transatlántico de estrellas que le cuadruplica el presupuesto. Y salió cruz. Pero Llull no estará siempre enfrente. Y, ese día, el que reinará será Valencia Basket. Ya lo verán.