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Matías Vallés

La magistrada lleva burka

La sentencia que permite a una empleada atender al público en hiyab

La sentencia que autoriza a una empleada de Acciona a atender a los clientes con un hiyab, que no es un simple velo islámico, debe ampliarse a los restantes oficios para evitar agravios discriminatorios. La libertad religiosa, valga el oxímoron, también autoriza a las magistradas a juzgar con hiyab, nikab o incluso burka. Por no hablar de las cirujanas.

Esta profundización en la fe no afectaría a sus decisiones. Permitiría exorcizar de paso a Gómez Bermúdez, el magistrado sin prestigio que expulsó de su sala a una abogada que también portaba un velo elaborado. Por imperativo religioso, interpondré un crucifijo de un metro de alto entre mi augusta persona y mi próximo entrevistado, para participarle mis creencias sin condicionarle. O me presentaré en bañador, si profeso el credo nudista.

El velo que impone el macho islamista en su entorno pretende tachar de despreciables a quienes no lo llevan. No hace falta detenerse en las mujeres azotadas por la calle si muestran un centímetro de piel, o en las que han visto su cara rociada de ácido por desafiar la etiqueta de la libertad religiosa. ¿Que eso sucede en otros países? También el nazismo pasó en otro país, pero no se considera apropiado lucir una cruz gamada en este país. Me felicito por supuesto de que las mujeres con hiyab, nikab o burka puedan disfrutar aquí de una libertad religiosa que, en los países donde el Islam es oficial, impide el establecimiento de otras religiones. Allí los infieles deben ser expulsados. O eliminados, si es preciso.

Deberán disculparnos por nuestra lentitud en adaptarnos al cambio de única religión verdadera, con la diferencia de que se sacraliza a un imán donde un obispo puede ser objeto de burla. La forma de vestir frente al público no es una cuestión de religión o de jurisdicción, sino de cortesía. El primer elemento de la libertad religiosa consiste en no imponer la religión a los demás, fuera de los lugares de culto.

Sacrifiquemos voluntariamente el laicismo, sin presentar batalla ni argumentos. El Occidente a cara descubierta morirá de inocencia, pero a quién le importa.

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