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Balada para cursis

Y si he de morir quiero que sea contigo, contigo pan y cebolla, nuestro amor no es amor sino locura y en este plan. San Valentín ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Mira que hay festividades chorras pero esta se lleva la palma. No sé si es leyenda o, si no es leyenda, es un lugar común como una casa pero aun así lo comentaré. Al parecer, la tradición de empapuzarse de uvas a fin de año fue una idea francamente brillante cuando no sabían qué hacer con un excedente del copón. Desde entonces el negocio de la vid hace el agosto a final de diciembre. ¡Qué vendidos y qué sobajados estamos a la altura de las faltriqueras! Y qué sumisos, y qué obedientes y cómo salimos corriendo a las tiendas a cumplir órdenes. Dejo desde ahora proclamado el día del coño de la Bernarda el trece de febrero. Para ir preparando el terreno y a ver si le damos un meneo a la industria de la lencería fina.

Uno, que nunca fue ni un Bradomín ni un Casanova, que pocas veces intentó tentar carne ajena, un poco por pecar de poco vivales y otro por timidez y cortedad de genio (la testosterona es cosa aparte). Uno, que les ha venido a ser a ustedes un poeta güero, chirle y hebén, febril flor de debilidad, a las siete u ocho zagalas por las que bebió los vientos se lo dejó bien claro desde el principio: «De San Valentín pasando, ¿eh?, que me da grima». A mi actual pareja, mi dulce esposa doña Concha también se lo dije:

-Conchita, amor, con lo de San Valentín, ¿qué hacemos?

-Ni hablar. Por ahí no paso.

-Buf, qué alivio. ¿Y con lo de Paulo Coelho?

-Ahí ya no te prometo nada.

San Valentín, como se sabe, fue un celestino romano (de lo de remienda-virgos las crónicas no hablan) que ante la prohibición por parte del emperador de que sus soldados se casaran (todo el mundo sabe que la coyunda continuada resta vigor y ardor guerrero y le deja a uno como una pavesa y medio descremado) se dedicó a darles el sagrado sacramento por lo bajini y haciéndose el Lorenzo (de si ejerciera o no el oficio de mamporrero, tampoco se sabe nada). Hasta que lo pillaron en renuncio y le dieron martirio y matarile por desacato a la autoridad. Estarán conmigo en que la historia a fuer de ramplona es más cursi que dos pijitas dándose un piquito.

Y ya no es que la fiesta en sí sea una cursilada de tomo y lomo, ya no es el negocio, es la tontería de convertir un hecho extraño, arcano, entre la física y la química y el mundo espiritual, entre la efervescencia orgiástica de las hormonas y la apacible convivencia con el ser querido, en ocasiones, ese desconocido con el que comes y yaces, en una frivolidad, en una caja de bombones, una corbata o unas zapatillas de jubilado. Es la sensación de estar metido de hoz y coz en ese redil del que hablaba el domingo pasado, ser parte activa de una manada dirigida por los barandas a los que seguimos fielmente como se sigue un reglamento. Es la sensación de obediencia y sumisión a un sistema absurdo, material, desenfocado. Recuerden. Trece de febrero. Día del santísimo coño de la Bernarda. ¡A petar las corseterías!

¡Ah!, y tomen a Paulo Coelho con moderación. Es su responsabilidad. No podemos leer por ustedes.

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