Parafraseando la expresión más respetada, querida y esperada por los vecinos de mi «otro pueblo», Elche, con la que, cada 29 de diciembre, el guardacostas Francesc Cantó les conmina -¡Illiçitans, a la platja!- a acudir a la playa del Tamarit para «recoger» la imagen de la Virgen de la Asunción, aparecida flotando en el mar y patrona de la ciudad de los dos Patrimonios de la Humanidad, a la que, en romería, se la traslada/acompaña a su basílica, junto al Parque Municipal, podríamos decir, con todo el respeto y el cariño del mundo hacia mis convecinos, que no son valenciano parlantes, «oriolans, al carrer» (oriolanos, a la calle). Y parafraseo esta máxima ilicitana, después de que los oriolanos «tomasen» tres de las principales vías del centro de la Villa y Corte, Madrid, con una «representación» mora y cristiana, capitaneada por la Armengola Gloria Valero, o la explanada de la ermita de San Antón o las calles y plazas del pueblo, con el «desfile» del Medio Año Festero, o el Mercado Medieval, que se desparrama por un casco histórico que languidece y que, por ello, precisa de grandes cuidados.

¡Oriolans, al carrer!. ¡Joder, si me leyese Quino I de Morella me mandaba a galeras -o al destierro balear, como antaño- por cuestionar la decisión de su gobierno -¡o lo que sea que presida!- que «obliga» a hablar una lengua que en la Vega Baja ni nos va ni nos viene y que, además, no nos aporta nada!. Dicen que la lengua une pueblos, pero en el reino de Quino I «El Magnánimo», por lo menos en «los territorios del sur», no se cumple esta máxima, sino más bien todo lo contrario; divide e incluso hay quien asevera que «margina». O se cambia el criterio gubernativo o se va a montar la de Dios es Cristo, que diría mi amigo y ex compañero de trabajo Tito San Emeterio, que pasa su más que merecida jubilación en una población en la que se habla valenciano, Guardamar, aunque tiene otra residencia en una localidad todavía más «valenciana», Crevillent, con lo que no quiero decir que Oleza no lo sea.

Recuerdo que, en plena Transición, gobernando el añorado Adolfo Suárez, los murcianos quisieron anexionarse la Vega Baja, como dejó claro en una ponencia mi ex profesor en la Facultad de CCII de la Complutense madrileña, José Luis Castillo Puche, en un congreso de escritores murcianos -él era de Yecla, como Presuntos Implicados, aunque estos se hicieron famosos en Valencia-, lo que supuso casi un levantamiento en armas de las fuerzas vivas comarcales, que dejaron patente la «valencianía» del cono sur alicantino. Incluso en Torrevieja, los socialistas, realizaron un/a referéndum/consulta, en plan catalanista, para decidir si se iban con Murcia o se quedaban donde están. Y recuerdo que el abogado Aníbal Bueno reivindicó, en un escrito publicado en los medios de la época y como militante de la desaparecida Alianza Popular (AP), la pertenencia de la Vega Baja a la provincia de Alicante, primero, y al País Valenciano, después. El Partido Comunista, a través de Diego Peñas y Alfredo Santos, lucharon -en el buen sentido- para «erradicar la idea» de una Vega Baja murciana, al igual que Manolo Gallud, padre del ex concejal del mismo nombre que gobernara en la pasada legislatura, la de Monserrate Guillén. Y todo en contra de lo que aseguraba el leguleyo oriolano, Tomás López Galindo, quien afirmaba que «las montañas separan, mientras que los ríos unen».

Al oriolano -¡y a quién no, verdad!- le gusta la calle, la pasea, la vive y la disfruta; sólo hay que darse una vuelta por la ciudad y ver que las «plasetas» se atiborran de gente a poco que se haga una quedada, ¡y sin hacerla!. El personal disfruta la calle sabiendo, -¡eso sí!- que todo tiene un límite, que su libertad acaba donde empieza la de los demás y dejando patente que, con sus convicciones, puede llegar -¡y llega!- adonde se lo proponga, sin, para ello, pisar ni menospreciar a nadie, con señorío y, en el caso de las féminas, gracejo y simpatía, lo que no quiere decir que los varones tengan «mala baba», nada más lejos de la realidad.

¡Oriolans, al carrer!. ¡Eso si!, falta una cosa para que el disfrute sea pleno, como dice mi amigo Luis Rubio, suegro de AllPhone Salinas. Falta una zona, o zonas, en la que haya mogollón de «garitos» y «chiringuitos» para «tapear» -he dicho tapear; o sea que no es tu caso, pariente-, al más puro estilo de la Plaza de las Flores, en Murcia, o El Barrio, en Alicante, aunque en Oleza tenemos El Pepe, de Trini, el Pasaje de Pepe Baldó o las plazas de Alfonso XIII y la de San Sebastián. En Oleza han aflorado «templos» gastronómicos, en plan abrevaderos -lo digo con todo cariño y afecto-, de andar por casa; es decir, nada ostentosos y sí muy de estar casi en familia, como los que regentan Salva Laguía o Beatriz, sin olvidarnos de las peñas Taurina o del Barça, y eso que yo soy del Elche y del Madrid, donde las tapas, parafraseando la canción dedicada a Sevilla, tienen «un sabor especial». Los oriolanos lo saben, pero, pese a que hay demanda, no hay mucha oferta. ¡Oriolans, al carrer y el último que cierre la puerta!