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Joaquín Rábago

¿Idiotas?

Leo en un diario de circulación nacional una historia que confirma mi pesimismo sobre la categoría moral de tantos compatriotas tras años de no del todo superado franquismo.

Contaba el periodista las vicisitudes de tres denunciantes de tramas de corrupción existentes en varios ayuntamientos, en una empresa pública y supuestamente también en el Ejército.

Los denunciantes revelaban los problemas tanto de tipo psicológico como económico sufridos desde que, en una loable muestra de coraje civil, se atrevieron a denunciar esos casos.

Los tres, dos valerosas mujeres y un varón expulsado de la carrera militar, perdieron sus empleos, fueron objeto de acoso y llevan gastados miles de euros en pleitos y abogados sin que vean fin a su desgracia.

Lo más tremendo es la indefensión y la enorme soledad en que se encuentran tanto ellos como quienes deciden anteponer los valores en los que creen a los más egoístas intereses.

"El español medio piensa que somos unos idiotas", confesaba el militar expulsado tras su denuncia por "realizar actos contrarios a la disciplina".

¿Idiotas? Si atendemos al origen griego de esa palabra, podríamos decir, parafraseando a Sartre, que los idiotas "son los otros".

Antes de significar "corto de entendimiento" o "engreído sin fundamento", "idiota" era quien en la democracia ateniense, se preocupaba sólo de su propio interés sin prestar atención a los asuntos públicos.

Pero, disquisiciones etimológicas aparte, lo realmente terrible es la incomprensión que encuentra en tanta gente la fidelidad a sus principios de esos tres ejemplares ciudadanos y quienes en otros asuntos actúan como ellos.

Y esa incomprensión explica el fenómeno de que tantos millones de españoles voten una y otra vez a políticos y partidos metidos de hoz y coz en la corrupción.

Esos tres ciudadanos, en el mejor sentido de la palabra, merecen no la sonrisa irónica de quienes los consideran unos "pobres ingenuos" sino toda nuestra admiración y nuestro agradecimiento.

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