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Martín Caicoya

Derechos de los animales

La difícil decisión a la hora de orientar el gasto: ¿debe la sociedad invertir más en el cuidado de las gallinas que en el de los dementes?

Me decía el profesor Juan Vázquez, eminente matemático, que no percibía que la sociedad japonesa fuera especialmente feliz a pesar de que, como yo escribía en este periódico, la mayoría cumplía con el "ilkigai", ese concepto que incluye tener un propósito en la vida que la ordene y encaje. Eso me hizo preguntarme cuánta felicidad alcanzan los filósofos que reflexionan sobre ello o sobre la ética, que al fin y al cabo es el estudio de cómo comportarse para alcanzar el último propósito del ser humano que, si Aristóteles no estaba equivocado, es precisamente la felicidad: ¿lo fue Aristóteles?, o más concretamente, ¿fue feliz Epicuro, el filosofo que recomendaba centrarse en este mundo y aprovechar la vida? ¿Y qué decir de Kant? Cabe la posibilidad de que ellos reflexionaran sobre estos temas, pero que no buscaran para ellos mismos algo tan pedestre. He oído varias veces al filosofo Bueno decir que eso de la felicidad es una estupidez.

Las contradicciones en los filósofos no son menos frecuentes que entre los que no nos dedicamos a pensar de manera sistemática y ordenada sobre los temas tan profundos. Muy bien entonces, me contradigo: soy grande, contengo multitudes. Así resolvía Walt Whitman sus conflictos. Antes Descartes, el gran racionalista, encontró una mejor solución: somos, por un lado, pura fenomenología, autómatas que respondemos de forma idéntica a los estímulos, nuestra parte animal; por otro, una mente pensante, libre de las ataduras de la materia. Y como tenemos esas dos naturalezas, podemos contradecirnos porque no siempre la superior es capaz de dominar a esa fiera que llevamos dentro.

Descartes nos separó definitivamente de los animales. El filósofo Singer quiere dotarlos de derechos, al menos a los grandes simios. Nos dice que si es la mente la que realmente nos hace seres respetables, una gallina que aún la conserva tiene más derechos que una persona que la ha perdido, por ejemplo por una demencia. ¿Debe la sociedad invertir más en el cuidado de las gallinas que en el de los dementes? ¿Cuándo se decide que un demente no es ya persona para transformarse en una cosa? Singer creo que no lo tenía claro porque cuando su madre enfermó de alzhéimer la cuidó tanto como pudo: hizo lo que tenía que hacer. Porque ella estaba ahí, aunque ya no tuviera, o no se le percibiera, una mente. No era una cosa como lo sería cuando muriera y se convirtiera primero en esqueleto y más tarde en polvo.

Singer tenía que decidir entre gastar más en el apoyo a los movimientos que proclaman los derechos de las gallinas a no vivir estabuladas, convertidas en máquinas de producir, o en los cuidados de su madre "cosificada". En su esquema competían categorías diferentes porque una de ellas había perdido el derecho. La decisión de en qué gastar, cuando, como siempre ocurre, el dinero es limitado, ha sido objeto de estudio formal ya desde el siglo XIX en lo que se llama "análisis coste-beneficio", que contrasta los bienes que puede obtener la sociedad cuando se discute donde invertir, por ejemplo, en una carretera, un hospital o una escuela. Claro, el beneficio que se examina es para la sociedad humana. Porque hasta la fecha todo el esfuerzo se centraba en ella. Ni siquiera se consideraba el posible daño a los animales o plantas como éste no repercutiera en el ser humano. Que las gallinas vivan en cajas mínimas no nos importaba mientras dieran huevos sanos. Ahora bien, si en la ecuación debemos introducir, además de los efectos sobre el equilibrio ecológico, los potenciales daños y beneficios que las gallinas obtienen incluso en competencia con los nuestros, las cosas se complicarán bastante. Desde luego, tendremos que abandonar definitivamente los experimentos con animales. Hay un clamor contra los que se hacen con las especies más próximas al hombre. ¿Aceptarían los defensores de los derechos de los animales los fármacos en cuyo desarrollo hayan experimentado en ellos? ¿Se dejará morir Singer antes de aceptar el tratamiento o sobrevivirá a la contradicción?

Las decisiones morales son muy complicadas. Veo a la moral como un conjunto de normas que nos guían cuya aplicación está influida por las circunstancias. Por ejemplo, no matar. Obama fue un dirigente presidido por la ética, no sólo sus discursos, también sus actos lo avalan. Pero no le tembló el pulso cuando asesinó a Osama Bin Laden, además se enorgulleció de ello entonces y en el discurso de despedida. Supongo que todos resolvemos alguna vez conflictos morales con una cierta acomodación a nuestros intereses, Clinton creía evitar mentir, algo que él públicamente denostaba, diciendo que no había tenido una relación sexual con la becaria porque no hubo coito.

Celebro que haya sectores de la población que hayan enarbolado la bandera de los derechos de los animales. Repugna ver a esas gallinas estabuladas convertidas en unos seres extraños a sí mismos. Sin ánimo de demagogia, antes que ellas están todos los seres humanos que viven en condiciones indignas.

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