Con la llegada del siglo XX, época en que gran parte de la cultura musical española giraba en torno a la zarzuela, comenzó a producirse un nuevo intento de construcción de género grande -entonces imperaba el chico- auspiciado por un nuevo grupo de compositores. De tal modo, volvieron a construirse obras líricas de dos o más actos a partir del segundo decenio del nuevo siglo. Autores como Luna, Alonso, Guerrero, Millán, Moreno Torroba, Soutullo, Vert, Lleó, Sorozábal y Vives, entre otros, contribuyeron a ello con importantes títulos (Los gavilanes, La tabernera del puerto, La del soto del parral, Doña Francisquita...) que revitalizaron la zarzuela, aunque alguno de ellos adquirió tal categoría que su puesta en escena se asemejó a aquellos otros grandes de la segunda mitad del XIX tan complicados de representar (La bruja, Curro Vargas, El molinero de Subiza?). Es el caso de La villana, título que con solo 6 minutos de texto hablado, los libretistas, F. Romero y G. Fernández Shaw, pretendieron llamar ópera, pero el compositor de la misma, el maestro Amadeo Vives, se negó a ello. Estrenada en 1927, es obra de tal magnitud y dificultad de puesta en escena que, a diferencia de otros estrenos de la misma época que han alcanzado miles de representaciones, esta no ha llegado ni siquiera a las 200, incluidas las 13 de la nueva producción que acaba de estrenarse en el Teatro de La Zarzuela, cuya primera tuvo lugar el pasado día 27 de enero. Tras asistir a esa primera reposición, y aunque ya conocía La villana por sus dos grabaciones discográficas, no puedo por menos que ratificar lo que de ella pensaba: es una obra maestra y sus representaciones no proliferan, dada su enorme dificultad.

Con esta nueva producción se ha hecho un trabajo más que excelente. Se ha contado con cantantes de primerísima categoría -el estreno lo encabezaron Nicola Beller, Ángel Ódena y Jorge de León, primeros espadas de la ópera actual- y en el foso, al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, el magnífico director granadino Miguel Ángel Gómez Martínez que mimó a músicos y cantantes de manera magistral. Si a ello añadimos un cuidadísimo reparto de secundarios y actores y el sobresaliente coro del Teatro de la Zarzuela, en todo momento soberbio, con más de 70 miembros en un espacio escénico hermosísimo, con dirección muy notable de Natalia Menéndez, podemos decir que se obtuvo un sublime resultado.

Y con ello, mi pensamiento se retrotrae noventa años atrás para recordar a uno de nuestros paisanos más ilustres: el barítono Pablo Gorgé Samper, máximo representante de una saga que dio gloria no solo a Alicante, sino a toda España. Y no puedo dejar de pensar en tal figura porque fue quien estrenó La Villana, cantándose las 72 representaciones que tuvieron lugar entre el 1 de octubre y el 20 de noviembre de 1927 en el Teatro de La Zarzuela. Él fue el elegido para representar el papel de Peribáñez -no olvidemos que el argumento se basa en la obra de Lope de Vega Peribañez y el Comendador de Ocaña- a pesar de que había otros posibles nombres de gran prestigio, como los barítonos Ferret, Sagi Barba, Caballé y hasta el mismísimo Marcos Redondo. A todos ellos se impuso la calidad musical y artística de Gorgé, reconocido el día del estreno como el auténtico triunfador. De él se dijo en la prensa madrileña, entre otras cosas: «¡Qué claridad y emoción en el decir, qué seguridad en la emisión; qué valentía en los agudos; qué exacta comprensión del personaje!».

El 16 de diciembre del mismo año se presentó la obra en el teatro barcelonés Eldorado con los mismos intérpretes de Madrid y también la prensa catalana elogió a Pablito Gorgé, como era conocido en Alicante -recuerdo que mi abuelo, gran lírico, lo nombraba mucho y he acertado a comprender con el paso del tiempo y el conocimiento de su carrera, la justicia de tal admiración- con textos como que Pablo Gorgé «interpretó magistralmente su papel de Peribáñez, siempre en una tensión pasional, solo accesible si el intérprete, como sucedió anoche, es una figura como la del gran cantante y no menos grande actor».

Los mismos intérpretes del estreno grabaron este título en aquellas primeras producciones discográficas de los años veinte del siglo pasado y gracias a ello podemos recordar la formidable voz de nuestro paisano. A estas excelencias de Pablo Gorgé habría que añadir muchísimas más que, por lógicas razones de espacio, habremos de dejar para otra ocasión.

Es el momento de reivindicar a este alicantino, uno de los más grandes barítonos de la historia, y para el que en su tierra, al menos de momento, y a diferencia de otros miembros de su familia que nacieron a muy poquitos kilómetros de la capital, no ha habido memoria cultural.