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Corrupzzzzz

Lo echáis de menos esa época en la que nos indignaba -o al menos sorprendía- la corrupción? Cada nuevo dato era un escándalo, cada noticia sobre mordidas y dinero negro producía un escalofrío en nuestras neuronas. Y miradnos ahora, muy bestia tiene que ser la redada policial para que nos despierte algo más que un leve aspaviento. Ya no nos enfada que nos estafen, simplemente nos aburre.

Estamos tan acostumbrado a vivir enfangados que ya lo asumimos como un mal inevitable, algo que nos preocupa pero contra lo que poco podemos hacer. De hecho, en el último informe de Transparencia Internacional España registró su peor récord histórico en percepción de corrupción y no veo que hayamos montado en cólera al ni estemos tomando las calles en un ataque de dignidad ciudadana. Vamos, que sabemos que la corrupción está ahí (igual que los virus estomacales) y la sobrellevamos como podemos.

¿Otro registro a las oficinas de una formación política o de una empresa pública? Puf, qué pesados, eso ya lo hemos vivido, podrían innovar un poco. ¿Amaños en las concesiones públicas? Ok, cuéntame algo que no sepa. Leemos en el periódico que se ha destapado una nueva trama de blanqueo, hacemos algún comentario a nuestros compañeros de oficina sobre los ERE, retuiteamos una broma de las tarjetas «black»?y poco más.

Es una pena, porque en algún momento hasta parecía que teníamos ganas de sublevarnos al constatar que habíamos sido robados salvajemente durante lustros. Pero el agotamiento llegó pronto. Nos perdimos entre toneladas de documentación requisada, detenciones de alto cargos, grabaciones, sumarios, declaraciones cruzadas y puñales volando. Quizás por eso cuando se produce una dimisión resulta fascinante. Es como encontrar un trébol de cuatro hojas, como ver pasar una estrella fugaz, ¡corre, pide un deseo!

Los casos de corrupción están descoloridos, huelen a cerrado, a naftalina. Mira ahí uno tiene una esquina raída. Casi da agonía enumerarlos, parece hasta cansino que hablen de ellos. Se han convertido en un runrún de fondo que nos acompaña mientras intentamos hacer algo con nuestros días. Un hilo musical impuesto, forzosa banda sonora de una década (o más). ¡Si hasta Rajoy se permitió hacer chistes en el Congreso sobre sus SMS a Bárcenas! Para que veáis cómo le quita el sueño todo el asunto de la presunta financiación ilegal.

Supongo que es normal, nadie puede mantener la tensión dramática durante tantos años, siempre esperando a que algún imputado esclarezca esta maraña de malversación y engaño, que pronuncie unas palabras mágicas y tiemblen todos los cimientos del Universo. Optar por la indiferencia ha sido una cuestión de vida o muerte: con tanta suciedad a nuestro alrededor, corríamos el riesgo de entrar en shock anafiláctico. Así que, en silencio, pusimos en marcha un homenaje a la gota malaya. Pero en este caso, el proceso en vez de agujerearnos el cráneo nos anestesia. Tac, tac, tac.

Ha calado hondo el discurso de que todos roban y, por tanto, qué más da una cuenta opaca aquí o allá. Alegría, olé, picaresca española, paella, sangría, etcétera, etcétera. Algún implicado pasará una temporada en prisión o pagará una multa, pero las urnas lo harán olvidar todo y esas noticias sobre dinero negro se perderán como lágrimas en la lluvia. La corrupción está amortizada. El hastío nos ha ganado la partida.

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