Hasta bien entrado el siglo XIX no se había pensado que el cuerpo estaba formado por células especializadas que se agrupan en órganos o sistemas; cada una de ellas, un individuo con capacidad de procrear y de modificarse y modificar el entorno. Fue Virchow, un patólogo alemán, entonces Alemania había tomado el relevo de Francia en la investigación, quien definió la teoría celular. Desde esa visión, de una sociedad armónica y cooperadora de individuos, Virchow observó la de los humanos y desarrolló un pensamiento seminal de salud pública en el que cada individuo cuenta para el bien común: la enfermedad de un miembro afecta al conjunto, por tanto la sociedad debe procurar su salud.

Las sociedades más fuertes son las que se renuevan con la entrada de individuos procedentes de otros lugares, personas ambiciosas, fuertes, autoseleccionadas, dispuestas a todo para triunfar absorbiendo de la sociedad anfitriona aquello que les favorece. Se parece a la introducción en un órgano enfermo células pluripotenciales llamadas hoy iPS. Estas células han sido reprogramadas para regresar a su estadio primigenio, antes de especializarse y madurar, mediante unas técnicas por las que el Dr. Yamanata recibió el premio Nobel. La idea es regenerar el tejido u órgano enfermo con sus propias células, que fueron cultivadas en el laboratorio y llevadas a su origen germinal de manera que puedan madurar y sustituir a las enfermas. Gracias a Yamanata reprogramar no es difícil, pues basta manipular cuatro genes. Pero lo que parecía un futuro cercano, hasta ahora no ha dado fruto.

Porque las dificultades son mucho mayores de lo pensado. La colaboradora de Yamanata, ahora una investigadora por su cuenta, la doctora Takashashi, ha reprogramado células de retina para curar la degeneración de mácula de un paciente. Mejoró, pero sus células evolucionaron de tal forma, con tales mutaciones, que ponen en peligro su salud. Éste es el principal problema; como son células tan vigorosas, se reproducen mucho con el riesgo de errar al trasmitir su genes: pueden adquirir mutaciones cancerígenas. Asegurar que tus células, las de cada paciente, no van a mutar agresivamente tiene un coste y un tiempo que hace la terapia imposible. Por eso se ha pensado en el trasplante de células ajenas compatibles, como si fuera el de sangre. Se podrían desarrollar una serie de líneas para cubrir toda la población, Yamanata calcula que para Japón se precisarían 100 líneas y para EE UU, 200. Es una empresa posible que requiere comprobar en ratones, o en un otros animales, su comportamiento. Que algún día la sociedad prohíba la experimentación en animales se constituirá en un obstáculo más que habrá que sortear.

Supongamos ahora que se consiguen desarrollar esos cientos de líneas en las que se ha asegurado que no son potencialmente malignas, ¿quiere esto decir que tenemos la panacea? Ni mucho menos. La terapia con células iPS sólo será posible para un pequeño grupo de enfermedades, aquellas que sólo dependen de una estirpe celular que han perdido su función. La degeneración macular es un buen ejemplo, así como la de la cornea. Otra es la insuficiencia cardiaca, un problema de envergadura que si se solucionara sería un alivio para muchos pacientes, familiares y también para el sistema sanitario. Se trataría de sustituir las células cardiacas degeneradas por unas sanas. De menos importancia en cuanto a la mortalidad, pero mucho en cuanto a la calidad de vida son las degeneraciones articulares. Otra es la diabetes, que al depender de un órgano, el páncreas, se podría mejorar mediante el implante de células iPS. Y el hígado cuando falla. También se podría actuar sobre el sistema nervioso, en particular en el párkinson, que depende de la actividad de ciertas células y se cree que se podrá regenerar la medula espinal. Y quizá se pudieran regenerar algunos trastornos hematológicos. De momento puede que sea todo. Un número limitado de enfermedades que sin embargo cubren una buena proporción de pacientes enfermos.

La reprogramación puede ir tan atrás como a la célula primitiva o detenerla cuando esa célula ya se especializó en el tejido u órgano pero aún no maduró. Esta última técnica puede ser útil para trasplantar tejido purificado, por ejemplo, cartílago, cuando la lesión es pequeña en una persona joven.

Hay una estrategia un poco diferente que es la que propone el Dr. Ispizua desde el Salk Institute. A los ratones se les modifica con ingeniería genética mediante la introducción de copias extra de los cuatro genes de Yamanata, genes que sólo se activan dos veces por semana mediante un fármaco. Cree de esta forma se limpian las "marcas" en el epigenoma. La teoría es simple: cada vez que la célula se reproduce es como si se editara un manuscrito. El epigenoma dirigiría la célula a su destino: muscular, nerviosa etcétera. Además haría labores de mantenimiento de la celular. Pero cuando la célula se ha reproducido muchas veces, el epigenoma tiene muchas marcas y la célula se despista. Ahí es donde los factores de Yamanata pueden actuar limpiando las marcas y devolviendo salud al genoma. De momento sus experimentos en ratones han tenido éxito. Es una esperanza.