Steve Bannon, jefe de Estrategia de la Casa Blanca, fue ascendido el pasado 28 de enero a miembro de Consejo de Seguridad Nacional, con lo que cabe pensar que la enorme influencia que ya ejercía en el contenido y el tono de los mensajes de Donald Trump se verá ampliada pronto al campo de las decisiones presidenciales. De hecho, puede que ya haya empezado a hacerlo, pues, al decir de algunos medios norteamericanos, Bannon no sólo metió mano en el polémico decreto migratorio del magnate, sino que además es el padre de su medida más controvertida: la de poner también bajo el alcance de la orden ejecutiva a los residentes legales (merecedores de una "green card") nacidos en alguno de los siete países vetados: Irán, Irak, Siria, Sudán, Libia, Yemen y Somalia.

Antes de eso, a Bannon, nacido en Norfolk (Virginia) hace 63 años, los medios "elitistas" que la nueva administración detesta ya le habían atribuido la redacción de algunas partes del discurso inaugural de Trump, cuyo sesgo populista y aislacionista vendió el mandatario como fruto de su sola pluma.

Ambos rasgos tienen perfecta cabida en el perfil que Bannon fue ofreciendo indirectamente de sí mismo mientras dirigía la web de noticias "Breitbart News", el altavoz de la denominada "alt-right" (derecha alternativa), al cultivar un periodismo agresivo, rico en escándalos y bulos, misógino y racista, para marcar distancias con la línea ideológica del republicanismo tradicional, representado por la cadena Fox News, con la que no en vano Trump tuvo fuertes encontronazos durante la campaña electoral.

Convenientemente suavizados para la ocasión (porque incluso el magnate se sentía un poco Lincoln ese día), en el discurso inaugural de Trump aparecían muchos del los "leit-motiv" del periodismo salvaje que se gasta la publicación fundada por Andrew Breitbart, que antes de fallecer en 2012 definió a Bannon como el "Leni Riefenstahl del movimiento Tea Party", en referencia a la cineasta del nazismo.

Allí estaba la crítica furibunda al "establishment" de Washington (incluido el republicano), la xenofobia disfrazada de seguridad (el muro con México) y el ánimo de venganza contra los países aliados que durante "demasiados años" se han sentido "seguros" gracias a EE UU sin dar nada a cambio. Todos ellos asuntos de los que "Breitbart" se ha ocupado abundantemente cargando las tintas sin compasión contra Obama y alabando a los adalides del Tea Party.

La conexión Trump-Bannon se estableció el pasado mes de agosto, cuando la candidatura del magnate, ya oficial, estaba cayendo a plomo en los sondeos. Ese mes, la campaña cambio de jefe por segunda vez desde junio. Paul Manafort, el hombre que había sustituido a Corey Lewandowski, cedió el paso a Bannon, lo que fue interpretado como otra señal, la enésima, de que Trump no iba a dejarse domesticar por la élite republicana. Y es que aunque Manafort hubiese sido asesor de dictadores como el filipino Marcos o del expresidente ucraniano Viktor Yanukovich, tenía la encomienda de moderar al candidato.

Nada que hacer: al anunciar que Manafort, sin abandonar del todo el equipo de campaña, sería sustituido por Bannon, Trump sentenció: "Soy quien soy, no quiero cambiar". Desde entonces, el virginiano al que un año antes la revista "Bloomberg Business Week" había definido como "el agente más peligroso de la política estadounidense" se ha mimetizado con el magnate, hasta el punto de que ya puede tenérsele por el ideólogo del "trumpismo", la mitad pensante de un cerebro que concibe la política como una transacción comercial en la que, si es necesario, hay que tener los redaños de colgarle el teléfono a un aliado como el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull. Un asesor que no sólo define estrategia, sino que influye, y mucho, en las decisiones de la Casa Blanca. Y que lejos de pensar en moderar al nuevo inquilino de la residencia presidencial, pretende, todo lo contrario, azuzarle, robustecerle en su extremismo.

Con experiencia en sectores como el cine y el medio ambiente, antes de convertirse en periodista agitador, Bannon fue oficial de la Marina y sirvió en el destructor "USS Paul F. Foster". Experiencia militar que, según el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, le permitió adquirir un "tremendo conocimiento del mundo y de la situación geopolítica actual", lo que a su juicio le faculta para sentarse en el muy selectivo Consejo de Seguridad Nacional, del que Bannon será miembro permanente, un privilegio del que, por orden de Trump, no gozarán ni el jefe del Estado Mayor ni el director de inteligencia nacional.

Además trabajó en el banco de inversiones Goldman Sachs, donde aprendió manejos financieros que fortalecen la conexión con Trump por el lado dinerario, tan caro al magnate. Esa total empatía la favorecen también las tesis supremacistas de las que más de un vez ha alardeado y que seguramente le vienen de su padre, simpatizante del Ku Klux Klan, y el odio que profesa a los medios de comunicación "serios", a cuya cabecera más prestigiosa, "The New York Times", llamó días atrás "el partido de la oposición".

Para Bannon, estos medios "deberían mantener la boca cerrada". Y si no la cierran, hay que contraatacar. Así ocurrió con las informaciones sobre la asistencia de público a los actos de investidura de Trump, que la mayoría de los medios del mundo rebajaron hasta dejarla bien por debajo de la cosechada por Obama en 2009. El cabreo en la Casa Blanca fue de los que hacen época (nunca mejor dicho) y el estreno de Spicer como portavoz (toda una señal) una comparecencia sin preguntas en la que arremetió contra los periodistas que osaron poner en duda que la toma de posesión del magante había batido récords, "tanto en persona como alrededor del mundo".

Fue entonces cuando la consejera presidencial Kellyanne Conway, que también formó parte del equipo de campaña del magnate, se sacó aquello de los "hechos alternativos". El estupor fue generalizado: la "posverdad" ya era "realidad alternativa". Pero también detrás de este diseño de los hechos a la carta hay que ver el sello personal de Bannon y su trabajo al frente de "Breitbart News" difundiendo bulos. Como el de que los musulmanes de Jersey City celebraron por todo lo alto los ataques del 11-S. Allí, al otro lado del Hudson, mientras las Torres Gemelas colapsaban.