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Antonio Sempere

Resiliencia

Es una de las palabras de moda. Resistir a la adversidad logrando que te afecte lo más mínimo. Anoche, sin ir más lejos, la puse a prueba. Y creo que perdí. Sucedió en el viaje de vuelta de Madrid a Alicante, en el tren de Media Distancia que suelo tomar para evitar el AVE. Me niego a venir por Cuenca. Prefiero hacerlo por Alcázar. A mitad de precio y recorriendo 100 kilómetros menos. Aunque haya que hacer trasbordo en esta estación.

Lo peor de este viaje alternativo (que sale de Atocha a las 9.30 y a las 16.00 y te deja en Alicante en poco más de cuatro horas) no es el trasbordo en Alcázar. Siempre es grato respirar el fresco manchego siquiera por espacio de media hora. Lo peor viene cuando estamos entrando en nuestra provincia y el tren se para en medio de ninguna parte. Hasta entonces la pantalla ha marcado una velocidad media de 159 kilómetros por hora. Todo discurre placentero. Hasta que al acercarnos a La Encina, término municipal de Villena, el tren va aminorando la marcha hasta detenerse por completo a la altura de Caudete. Allá donde acaba la vía doble. Lo peor de este viaje es, sin duda, este cuarto de hora varados en medio de ninguna parte. Esperando que cruce el tren de turno que viene en dirección contraria y que el semáforo se ponga en verde. Es entonces cuando el resiliente que habita en mí se acuerda de los responsables de la pésima gestión de las infraestructuras ferroviarias de la provincia que nos han llevado hasta aquí. Ese cuarto de hora en medio de la nada, por culpa de no contar con una vía doble, da para mucho. Lo malo es que, salvo los fines de semana, compruebo cómo los viajeros que aprovechan esta combinación para ir y venir de Madrid a Alicante son escasos. Mientras los AVE van llenos. Esos que en 2020 privatizarán el servicio. Malos augurios para las líneas convencionales, también la de Alicante-Elche, objeto de debate esta semana en el Club INFORMACIÓN. Todo un reto para el que se necesitarían muchos resilientes.

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