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Ánxel Vence

La verdad es lo que diga el jefe

Acostumbrado a mentir por mitad de la barba que no tiene, parecía lógico que Donald Trump se estrenase en el cargo con una buena trola. Para ello mandó a su jefe de prensa a decirles a los periodistas que su toma de posesión como jefe del imperio había sido la más multitudinaria que se recuerda. "Y punto", añadió concluyente el recadero.

Lejos de tomar cuenta del recado, los plumíferos exhibieron fotos, registros de usuarios del transporte público y otros datos comparativos que ponían en evidencia el embuste. Fue entonces cuando Kellyanne Conway, otra consejera del presidente, aclaró que, más bien que mentir, el equipo de Trump se había limitado a presentar "hechos alternativos". Como alternativa a la verdad, se sobreentiende.

El aporte de la empleada de Trump a las teorías de la comunicación no puede ser calificado menos que de revolucionario. Existía ya la "realidad aumentada", que es un trampantojo de la tecnología por el que se combinan elementos reales con otros de carácter virtual para mejorar la percepción del sujeto. Pero no hay en esa técnica propósito alguno de engañar.

Los hombres (y mujeres) del nuevo comandante en jefe de Washington han ido más lejos con la invención de los hechos alternativos, que vienen a ser algo así como una realidad paralela. Mucho más innovadora, dónde va a parar, que la virtual, la aumentada o la realidad a secas.

Gracias a tan singular hallazgo, la verdad ha dejado de ser lo contrario de la mentira. A partir de ahora existen la verdad y los hechos alternativos que aspiran a refutar los hechos propiamente dichos.

Visto lo visto, no extrañará que "1984", la novela de anticipación escrita hace setenta años por George Orwell se haya convertido en un inesperado éxito de ventas en Estados Unidos. Describía Orwell en esa obra una tiranía orbicular y perfecta en la que los ciudadanos vivían bajo la vigilancia del Big Brother -o Hermano Mayor- con el eficaz auxilio de la Policía del Pensamiento. Un Ministerio de la Verdad se ocupaba de adaptar las noticias de modo que se ajustasen a la verdad oficial del Estado.

Trump no ha creado -todavía- un ministerio semejante; pero sus "hechos alternativos" evocan turbadoramente el propósito de establecer una verdad de Estado como alternativa a los hechos. Tan comprobables y, por tanto, aburridos.

Hemos entrado así en la era de la posverdad, palabro de moda que alude a lo que están haciendo Trump, los promotores del Brexit y los líderes de la miríada de partidos populistas que bullen por toda Europa. La posverdad consiste en desdeñar los latosos hechos objetivos para sustituirlos por apelaciones a la emoción y a los sentimientos de la gente. Y lo cierto es que el invento funciona en las urnas.

Poco importa que los "hechos alternativos" sean a la verdad lo que la "medicina alternativa" a la ciencia. El caso es que prueben su eficacia a la hora de convencer a la gente de que lo blanco es negro y viceversa.

"Nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira", decía en un famoso ripio Campoamor para advertirnos del carácter poliédrico de la realidad. Trump, que basó su triunfal campaña en la posverdad de los hechos alternativos, ha perfeccionado el dicho. La verdad es lo que diga el que manda: y punto. La mentira ya es una opción de gobierno.

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