¡Nunca te acostarás sin saber una cosa más!.¡Nunca es tarde para aprender y, lo que son las cosas de la vida, hoy he aprendido algo nuevo!. Me alegro porque estaba equivocado. ¡Qué gran invento es internet!. En lo que a mí respecta, ha venido a suplir a don Lorenzo de la Rica, aquel maestro que tenía «su escuela» en la desaparecida calle 13 de Septiembre -hoy Avenida Miguel Hernández-, en Elche, y que, desde que yo era un crio, me enseñó muchas cosas, aunque fue de los que utilizaba lo de que «la letra con sangre entra», pero a él le debo, por ejemplo, haber leído las aventuras y desventuras del «ingenioso hidalgo» de don Miguel de Cervantes, «El Quijote», cuando apenas si tenía 7 u 8 años y vestía calzones cortos. ¡Nano, vuelve, que te vas por los Cerros de Úbeda!. Resulta que, desde hace años, tenía el convencimiento de que la máxima «¡que se pare el mundo, que yo me bajo!» tenía su «copyright» en el movimiento estudiantil, inconformista y revolucionario que convulsionó el mundo y sirvió para romper con algunos estereotipos de una sociedad burguesa, rancia y decadente, y que tuvo su origen en la Universidad de la Sorbona parisina, durante el famoso mayo francés del 68, ¡y resulta que no!. ¡Nunca es tarde si la dicha es buena!.

Hoy he descubierto que el padre de la «criatura» -expresión- es el gran Groucho Marx, el mismo que dijo lo de «nunca pertenecería a un club en el que admitiesen a gente como yo» o lo que figura, como epitafio, en su lápida mortuoria: «Disculpen que no me levante», aunque hay quien asegura que no está enterrado en ningún cementerio sino que sus ceniza se esparcieron por Central Park, en Nueva York. Hay quien, incluso, atribuye la «frasesica» de marras a Mafalda, lo que dudo porque «el papá» de la niña «inconformista y progre», Quino, era argentino y la filosofía de los argentinos es menos socarrona, ¡sirva como ejemplo Jorge Valdano, que es más seco que un palo de fregona!. ¡Me inclino más por Groucho!. En el mayo francés también se «decretó» el «estado de felicidad permanente», aunque el tiempo se ha encargado de demostrar que eso es una utopía. En aquella revuelta, los estudiantes abogaban por el «prohibido prohibir», porque -decían- «la libertad comienza por una prohibición».

Esta máxima -la de que se pare el mundo, que me bajo-, viene a decir que estamos hasta los «pelendengues/webs» de cómo se gestiona una determinada situación y que no comulgamos con las alternativas que nos ofrecen quienes deben solucionar un desaguisado, ¡de ahí que nos gustaría el imposible de bajarnos de un mundo en constante movimiento para poner en orden algunas cosas, sobre todo ideas!, ya que, por nuestras convicciones -seguramente más simples que el mecanismo de un botijo-, consideremos que esas alternativas no se corresponden con lo que consideramos idóneo, aunque eso no quiere decir que estemos en posesión de la verdad absoluta, sino todo lo contrario, porque cada uno somos de un padre y una madre y vemos las cosas desde distintas perspectivas, porque, como dijo don Ramón de Campoamor, «en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira».

Al final me he «liao», ¿verdad?, por lo que voy a ver si remato esta tribuna de la mejor manera posible, no vaya a ser que mi amigo Juan Francisco, «Cartrile», me llame para quejarse, una vez más y con razón, de que no se entera de «na» de lo que escribo, mientras él tiene la «considerasión» de perder unos minutillos leyéndome. Pues mira, Juan Francisco, esta historia viene a «colasión» de que el personal «parese» estar más perdió que un pulpo en un garaje y más «colgao» que un abrigo en verano, puesto que confunde con una facilidad pasmosa lo que deben ser prioridades, por mucho que figuren en unos papeles, también conocidos como programas electorales.

Reconozco que no soy de los que se lee los programas con los que los partidos se presentan a las elecciones, sean del color que sean -los partidos, no los papeles-, pero sí que soy de los que se patea la calle cada día y, por ende, soy de los que ve los problemas y necesidades que tiene una ciudad como Orihuela. Problemas para los que los ciudadanos demandan soluciones con las que -bajo mi más que discutible punto de vista- se conseguiría una ciudad más habitable, más «vivible», pero que, sin embargo, se quiera o no, se desangra viendo como su patrimonio cultural e histórico se va por ese sumidero que se lo traga todo y que se llama desidia/dejadez. Solo hay que darse una vuelta por el casco histórico y detenerse un instante ante los edificios emblemáticos. Me consta, porque lo he visto, que nuestros gobernantes pasean por las calles y plazas de Oleza, pero en el bolsillo no llevan «una libretica» para apuntar las carencias/anomalías que, a buen seguro, ven, por lo que, cuando llegan a la Esquina del Pavo, se les han «olvidao». Así es que, ¡qué se pare el mundo, que yo me bajo!. ¿Lo comprendes ahora, Juan Francisco!