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José María Asencio

Coalición y desencuentros

o son buenas las mayorías absolutas se suele decir, por lo que entrañan de imposición de criterios de quien las obtiene sin atender a las exigencias de las minorías. No le falta razón a quien así se expresa y ejemplos existen para confirmar los excesos cometidos por quienes carecen de controles en la toma de decisiones.

Pero, tampoco lo son y lo estamos comprobando, los gobiernos en los que concurren coaliciones tan amplias como incompatibles entre sí, de modo que no sólo brilla por su ausencia un proyecto común bien planteado, sino la más mínima exigencia de colaboración fiel o de sentimiento de equipo. Si cada partido es un mundo, fracturado por la presencia de influencias internas siempre derivadas del ansia de poder, cuando esos grupos inestables se coaligan con otros en las mismas condiciones, la convivencia es imposible y el descontrol, un hecho evidente.

Nuestro ayuntamiento es un vivo ejemplo de la imposibilidad de gobernar cuando quien debe hacerlo está tan dividido y confrontado, que la más mínima cuestión se torna un reto o una ofensa para el cogobernante o, sencillamente, cuando se quiere hacer primar lo propio, frente a lo de quien se encuentra a tu lado solo accidentalmente. Cada día surge un enfrentamiento, una palabra gruesa, un ataque que excede lo público, para adentrarse peligrosamente en lo personal. Y así no hay modo alguno de que esta ciudad prospere, de que se elaboren proyectos y se ejecuten. Todo está paralizado y únicamente se gestiona lo inmediato, con ideas no siempre meditadas o solo fruto de la opinión del concejal de turno, de su partido, aunque choquen frontalmente con las comunes, que no se sabe ya bien cuáles son. Descoordinación en una ciudad en la que cada cual se cree dueño de su reino de taifas.

El alcalde, que está demostrando mucha mayor responsabilidad de la que muchos esperábamos, se ve imposibilitado de avanzar un modelo de ciudad en el que sus concejales, especialmente Guanyar, no han logrado aún olvidar su carácter opositor y se mantienen en el «no» al pasado, sin asumir que ellos son ya el «hoy» y que no es posible regir el municipio desde el rechazo a lo que antes criticaron de forma radical y poco meditada. No se puede ser coherente con lo que mantuvieron en la oposición y no asumir que muchas cosas eran imposibles o, sencillamente, estaban bien hechas. La soberbia está en la base del escaso avance, pues ellos mismos se han cerrado las puertas a salidas razonables y no encuentran ninguna otra abierta para llevar a cabo sus proyectos desconocidos, pues nunca pasaron del «no» y nunca meditaron sobre lo posible. Están en la carencia de ideas, salvo las medidas políticas que a pocos interesan y que les van restando credibilidad.

Echávarri, consciente de esta deriva, no quiere caer en la tumba a la que le llevan, pero no puede poner orden donde el orden es imposible. Y mucho más conforme avance el tiempo, pues de todos es sabido que el último año se caracterizará por el enfrentamiento duro de quienes, ahora coaligados, querrán mantener su voto imputando al adversario, ahora compañero circunstancial, todos los males imaginables. Un año le queda a esta corporación para trabajar en paz, si es paz lo que les identifica.

Hemos renunciado todos a que se ponga encima de la mesa un proyecto de PGOU. No lo hará Pavón mientras esté en curso el proceso penal contra los anteriores responsables municipales. Y es que él sabe que ese proyecto tendría tantos puntos en común con el que califican de delictivo, que avanzar en esta dirección sería tanto como menospreciar sus propios argumentos acusadores. Ya sucedió con Ikea, que al final podemos perder porque Pavón quiso vincular la ciudad y la instalación de la mercantil sueca a su acusación. Archivada ésta es posible que el precio sea el de ver frustrada una operación beneficiosa para la ciudad, con todos los matices que se hubieran podido establecer. El rechazo a todo y la defensa a ultranza de posiciones extremas han tenido ya una consecuencia directa en la ciudadanía y es lógico pensar que el empeño en el último cartucho es razón suficiente para no quedar en evidencia, al precio que sea.

El alcalde debe tomar medidas urgentes si no quiere perder cuatro años preciosos y agotar una ciudad de servicios y que como tal debe ser considerada. Lo tiene difícil, porque carece de alternativas válidas y sabe que el tiempo corre en su contra. Una encrucijada de imposible solución pues todos saben dónde reside el problema, pero nadie pone remedio. O no lo pueden poner.

A día de hoy la nada es el paisaje que se nos presenta y lo poco que aparece se frustra por los vetos constantes de quienes nada ven grato o satisfactorio. Y el tiempo ya no permite dar marcha atrás. Cuatro años que poco van a dejar en la memoria y que aprovecharán quienes solo tienen que esperar y mirar, pues la oposición la hacen cada día los propios gobernantes.

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